elEconomista culmina hoy su serie de análisis informativos recordando el ataque terrorista sobre Nueva York del 11 de septiembre de 2001, que cumple hoy el quinto aniversario. La influencia económica se concretó a corto plazo en las aerolíneas, la defensa, las aseguradoras o la industria turística. Además, la incertidumbre sobre la posible duración de la amenaza terrorista -alimentada periódicamente hasta agosto de este mismo año con sucesivos ataques en Madrid, Bali, Londres...- ha introducido un nuevo factor de riesgo en los mercados financieros y de materias primas. Con todo, aislar los efectos económicos de un desastre de esa magnitud siempre es difícil. El ataque sobrevino un año después del estallido de la burbuja tecnológica, agudizando el momento de debilidad económica de Estados Unidos, Asia y algunas zonas de Europa. Sin embargo, en un tiempo relativamente corto, se produjo una rápida recuperación del clima industrial, la confianza de los consumidores y las inversiones empresariales. Por su lado, los mercados financieros alcanzaron los niveles previos a la crisis y han ofrecido a los inversores sucesivos ejercicios de ganancias. La excepción que confirma la regla es el petróleo, que ha pasado de valer menos de 20 dólares el barril a fijar máximos próximos a los 80 dólares. Pero ni el petróleo por las nubes está afectando definitivamente a la economía mundial ni su encarecimiento es sólo atribuible a la incertidumbre que introdujo el 11-S: Nigeria, Irán, Oriente Medio... hay otros puntos que también contribuyen a la inestabilidad política internacional, siempre enemiga de los mercados. Por eso, cinco años después del 11-S, la conclusión es que mercados y economías han asimilado la presencia constante de la amenaza terrorista y su riesgo siempre latente.