L o del Banco Santander es de libro. Cuando el delfín (en este caso delfina) toma posesión de la corona, cambia al primer ministro. Claro está que es prudente esperar un plazo de tiempo. Sobre todo si el fallecimiento del monarca anterior fue súbito. Por muy preparada que estuviera la sucesión, siempre hay cosas que arreglar. Pero pasado ese corto periodo es lógico que el consejero delegado cambie. El nuevo rey (en este caso reina) tiene que consolidar su poder en la corte y luego encontrarse cómodo/a despachando con su principal ejecutivo. Por eso no se entiende que algunos medios se extrañen de la noticia. Lo ocurrido es normal. Cuando en los albores de la transición D. Juan Carlos fue coronado, el presidente de Gobierno era heredado: Arias Navarro; su mantenimiento se interpretó como continuidad (¡Error!). Era el periodo que S. M. necesitaba para asegurarse los hilos del poder franquista real. En cuanto los tuvo, acabó con la situación heredada. Luego, tenía que elegir entre Areilza, superior en edad, y Adolfo Suárez con el que podía tratar en igualdad generacional. La decisión, como la del Santander, fue la esperada en estos procesos de sucesión. Ana Patricia primero ha tenido que consolidar el poder del entorno familiar, la base desde la que reconquistar el resto. Además ha reforzado el poder en el Consejo de Administración nombrando nuevos consejeros. Nada nuevo bajo la capa del cielo. ¡Repito, de libro! Ahora, cambiado su equipo directivo, Ana Patricia ya puede lanzar su propia estrategia. Su consejero delegado podrá hacer los cambios internos para alinear la estructura a esa estrategia; desde la cima del banco hasta las capas más profundas de la organización. El Santander de don Emilio no es el de doña Ana Patricia. Lo veremos en 2015. ¿Seguirá la expansión internacional? ¿Mantendrá la cultura que tan buen resultado dio en los años pasados? Nada indica lo contrario. Pero tampoco lo asegura.