Los alojamientos rurales también quieren tener estrellas; o, más bien, espigas. Como los hoteles urbanos, pero en versión campestre. Existe una tipología de casas rústicas, pero varía de una región a otra y no las clasifica por los servicios que ofrecen. Suele ocurrir que, en ocasiones, las expectativas no coinciden con la realidad. Y eso sucede porque los clientes no tienen más referencias que las del propio establecimiento (que, lógicamente, alardea de sus virtudes) o, en el mejor de los casos, los consejos de familiares y amigos que conocen el lugar. Para evitar decepciones y, sobre todo, ofrecer un ranking de calidad que los interesados puedan tener en cuenta a la hora de diseñar sus vacaciones, la Asociación Española de Turismo Rural ha elaborado una propuesta que fija categorías en el medio rural. La iniciativa debe ser bien recibida: establecerá criterios inequívocos para cada nivel, permitirá que el huésped sepa qué prestaciones brinda el hotel en cuestión y equiparará nuestro mapa rústico con el de otros países europeos, como Francia, que ya disponen de una clasificación similar. El proyecto beneficiaría tanto al usuario nacional como al extranjero, un dato que las autoridades deberían considerar a la hora de evaluarlo (el 30 por ciento de los clientes estivales viene de fuera). Las cifras son elocuentes: aunque sólo tiene una década de vida, el turismo rural presenta un crecimiento espectacular (España cuenta con 11.075 establecimientos, que suman 98.807 plazas), y mejorar la organización potenciaría su imagen exterior. Si las autoridades están interesadas en dinamizar el sector, respaldarán la medida. Hay alojamientos para todos los gustos y bolsillos; lo importante es garantizar que el usuario no se lleve sorpresas.