No hay vuelta de hoja, sin los inmigrantes, la economía española, por tanto España, sería un caballo desbocado hacia la nada. Un mastodonte lento y sin futuro.Mientras la gran ballena del Estrecho sigue tragando sin compasión miles de jonases negros y escupiendo sus trozos a las costas de la tierra prometida (o, lo que es lo mismo, Canarias), la Caixa Catalunya sacaba ayer a la luz un informe esclarecedor sobre la incidencia de la población inmigrante en la economía reciente del país. La inmigración en España, la más alta de la Unión Europea con un aumento que supera el 8 por ciento, aporta nada menos que 3,2 puntos porcentuales al Producto Interior Bruto de nuestro país.Lo mismo ocurre en casi toda Europa, en especial en Alemania e Italia: sin el activo laboral que representan los trabajadores extranjeros, el PIB per capita, en vez de subir, se habría despeñado en buena parte del Viejo Continente. En España habría caído casi al 0,6 en la década que va de 1995 a 2005.Ese inmenso ejército silencioso -ajeno a las mafias del Este, a las suramericanas o a las integristas que azotan las calles de las grandes ciudades y pueblan un tercio de las cárceles de la península-, formado por más de dos millones de personas venidas de América Latina, de África o del Este de Europa, ha contribuido, además, a elevar en un 78 por ciento las tasas demográficas de nuestro país, uno de los más envejecidos del planeta.Se trata del mayor colectivo de España. Un auténtico filón sin organizar que representa, además de un activo para la economía española, un reactivo de gran calado para la política.Gobierno y oposición deben darse prisa tanto en emprender la batalla contra la inmigración ilegal como en arbitrar medidas para facilitar su integración en la sociedad porque, guste o no, cuando la voz de este impresionante ejército llegue a las urnas, España cambiará para siempre.