Qué es mejor? ¿Que vengan muchos turistas y se gasten poco dinero, como está ocurriendo, o que vengan pocos turistas y se gasten mucho dinero? ¿Preferimos los 17 príncipes europeos o los tres millones de taxistas? La disyuntiva no es vana, si somos conscientes de que de ello depende que España se mantenga como la gran potencia turística que es, con la calidad que merece tal galardón.El Gobierno lleva dos años insistiendo en que la calidad va por niveles y hay que estar en lo mejor en cada uno de ellos. Tal vez lo que haya que tener claro es lo que se entiende por calidad en el negocio turístico a un precio que no sea disparatado, tanto para los españoles, que cada vez viajan más, como para los extranjeros, que cada vez vienen más, invierten y se quedan. Calidad es que Internet funcione en los hoteles y que no se quede sin cobertura el móvil; o que los camareros sepan servir con profesionalidad y cortesía. Calidad es limpieza, no llegar a un hotel y que las habitaciones estén ocupadas aún o que miren para otro lado en la recepción. Eso no suele pasar siempre, pero calidad es que no pase nunca, sobre todo si tenemos en cuenta que el precio cada vez es menos problema.Las estancia media de los turistas ha cambiado de tendencia y ha empezado a aumentar este año, aunque en ello ha tenido que ver mucho su carácter de destino seguro en tiempos de inestabilidad geopolítica mundial. Ese dato, que era el gran causante de la caída del gasto medio por persona, nos puede sorprender antes de que sean efectivas las medidas puestas en marcha para combatirlo.Una vez más, el turismo demuestra que es un fenómeno cambiante, del que nunca te puedes fiar como negocio fácil. Calidad es, de nuevo, saber adelantarse a ese vaivén y seguir por la senda de dar el mejor y más atento servicio posible a quienes nos visitan. Calidad es, pues, hospitalidad bien medida y entendida. Eso debería ser la imagen de marca del famoso typical spanish.