L a imagen en blanco y negro a cámara lenta de dos trenes a punto de chocar cada vez inquieta más. Ya no queda la menor duda de que la desafección de Cataluña es el problema más grave que tenemos desde que se inició la Transición de la dictadura a la democracia hace cuarenta años. Pocos parecen dudar que en los dieciocho meses que quedan de Legislatura se vayan a producir fuertes tensiones que puedan hacernos descarrilar. Como en la obra maestra del checo Jirí Menzel somos como Trenes rigurosamente vigilados (1966). Esa inquietante imagen aún se hace más angustiosa cuando leemos el drama que está viviendo Ucrania. Evidentemente Cataluña no es Ucrania, ni España es Rusia, pero la imagen de los dos trenes que avanzan el uno contra el otro a gran velocidad provoca miedo. Sin embargo, esta imagen, por muy sugerente que resulte probablemente no responde a la realidad. Se ajusta más la de los dos pilotos que se enfrentan con sus coches en un duelo mortal. Los dos tratan de demostrar que tienen los nervios de acero y hasta el último momento, en que uno de los dos da un volantazo, no se sabe quién ganará la prueba. Esta es la representación que se cultiva en la Generalitat para asegurar que Artur Mas no se va a arrugar. En La Moncloa, por el contrario, prefieren ilustrar al líder de CiU conduciendo un deportivo, mientras que Mariano Rajoy va en un tráiler, por su carril y en la dirección correcta. Cuando ve que el turismo se le echa encima, aunque quisiera dar un volantazo para evitar el accidente podría volcar; por eso no lo va hacer, no puede hacerlo. Si al final no se puede evitar el choque, evidentemente el camión sufrirá daños, pero no serán los mismo que los del turismo. Por tanto, lo inteligente sería pactar un acuerdo que evitase el choque de trenes al menos hasta la próxima Legislatura. Después podría volver a repartirse cartas y las cosas podrían ser diferentes.