E l rumor es que este mes el Gobierno anunciará un déficit para 2013 del 2,7 por ciento del PIB. Es decir, lo ha bajado del 6,98 de 2012, pero incumplirá su compromiso con la UE de dejarlo en 6,7 por ciento. Parece que el déficit público español es estructural; está enquistado. El déficit es una resta: gastos menos ingresos públicos. Los ingresos, fundamentalmente impuestos, están en función de la actividad económica; los gastos dependen de la eficiencia de la Administración Pública: central, autonómica y municipal. Tanto en ingresos, como en gastos, la política económica podría ayudar a disminuir el déficit. Los ingresos, la recaudación tributaria, se mueven según la actividad económica que, a su vez, depende de los estímulos monetarios: el tipo de interés, el volumen de circulación monetaria. En esto quién tiene la batuta es el BCE, que tímidamente sigue la estela de la Reserva Federal. Pero el BCE no ha inyectado grandes cantidades de liquidez a la economía para animarla, como ha hecho EEUU y tan buen resultado le ha dado. Draghi no ha bajado el tipo de interés este mes, a pesar de que la inflación en Europa sigue lejos del 2 por ciento, que le marcan los tratados como objetivo; eso revaloriza el euro y dificulta exportar, no estimula el crecimiento. Somos prisioneros de su parsimonia. En los gastos la situación no es mejor. Su responsable es el Ministerio de Hacienda, el ministro Montoro, que adolece de lo mismo: lentitud en las decisiones. La reforma fiscal tarda y sólo se aplicará a partir de 2015. Por contra, los gastos de las Administraciones se resisten a bajar, mientras la deuda pública no hace más que subir y, a pesar de que la prima de riesgo disminuye, el coste de intereses se mantiene constante o baja muy poco dificultando la reducción del déficit. En sándwich, entre Draghi y Montoro, el déficit nos puede ahogar y, sobre todo, arroja sombras sobre la anunciada y deseada recuperación.