T ürkan Saylan fue una médica pionera, una de las primeras mujeres dermatólogas de Turquía y destacada activista contra la lepra. También era una laicista convencida y creó una fundación para ofrecer becas a niñas para ir a la escuela. En 2009, la policía irrumpió en su casa y confiscó unos documentos que la vinculaban con un supuesto grupo terrorista llamado "Ergenekon", cuyo propósito era desestabilizar Turquía y precipitar un golpe militar. Saylan tenía cáncer terminal y falleció poco después pero la investigación contra sus socios siguió adelante, dentro de una oleada de juicios contra los adversarios del primer ministro Recep Tayyip Erdogan y sus aliados del poderoso movimiento Gülen, compuesto por seguidores del predicador islámico Fethullah Gülen. Las pruebas de este caso, como de tantos otros, son unos documentos en formato Microsoft Word que se encontraron en un ordenador propiedad de la fundación de Saylan. Sin embargo, cuando unos expertos americanos examinaron la imagen forense del disco duro, descubrieron un dato sorprendente (aunque demasiado habitual en Turquía): los archivos incriminatorios se habían colocado en el disco duro después de su último uso por parte de la fundación. Puesto que el ordenador había sido confiscado por la policía, todo apuntaba con bastante claridad a una irregularidad por parte de los agentes. Las pruebas falsificadas, los testigos secretos y las veleidades investigadoras son la base de los juicios simulados que la policía turca y los fiscales han amañado desde 2007. En el infame "caso maza" se han descubierto anacronismos flagrantes en un supuesto complot de golpe militar, como el uso de Microsoft Office 2007 en unos documentos supuestamente guardados por última vez en 2003. (Mi suegro es uno de los más de 300 funcionarios encarcelados y mi mujer y yo hemos documentado activamente las falsificaciones del caso). La lista de descubrimientos y absurdidades es larga. En un caso, un documento que describía una trama contra las minorías cristianas resultó haber estado en posesión de la policía antes de que las autoridades afirmasen haberlo recuperado de un sospechoso. En otro, la policía "encontró" los indicios que buscaba pese a acudir a la dirección errónea e irrumpir en la vivienda de un oficial de la marina cuyo nombre sonaba parecido al del supuesto autor. Hasta ahora, ninguno de los juicios se ha desestimado. Casi todos han contado con el apoyo y el beneplácito de Erdogan, que los ha usado para desacreditar a la guardia secular y consolidar su régimen. Es más, los juicios cuentan con el fuerte respaldo del movimiento Gülen. Gülen vive auto exiliado en Pensilvania, desde donde preside una inmensa red informal de colegios, grupos de reflexión, negocios y medios de comunicación en cinco continentes. Sus devotos han fundado casi cien colegios autorizados sólo en Estados Unidos y el movimiento ha cobrado impulso en Europa desde que se fundara la primera escuela Gülen en Stuttgart (Alemania) en 1995. En Turquía, sus seguidores han creado lo que en efecto es un estado dentro del estado turco, con un fuerte arraigo dentro de la policía, el poder judicial y la burocracia. Los "gulenistas" niegan controlar la policía turca pero, como explicaba el embajador americano en Turquía en 2009, "no hemos conocido a nadie que lo discuta". La influencia del movimiento en el poder judicial garantiza que las transgresiones de sus miembros no se impugnen. En un caso muy documentado pescaron a un suboficial de una base militar, que actuaba en nombre del movimiento Gülen, plantando documentos embarazosos para los oficiales del ejército. El fiscal militar que investigaba el caso acabó pronto en la cárcel por presentar cargos falsos, mientras que el autor de los hechos fue rehabilitado. Un alto comisario de policía, próximo al movimiento y autor de un resumen de sus actividades, fue acusado de colaborar con los grupos de extrema izquierda a los que se había pasado casi toda su carrera persiguiendo. También acabó en la cárcel. El movimiento Gülen utiliza esos juicios para encerrar a sus detractores y sustituir a sus oponentes en los altos cargos del estado. El fin último parece ser la remodelación de la sociedad turca en la propia imagen conservadora y religiosa del movimiento. Los medios gulenistas han sido muy activos en su defensa, diseminando un torrente continuo de desinformaciones sobre los acusados de los juicios creados por Gülen, mientras cubren las fechorías de la policía. Sin embargo, la relación entre Erdogan y los gulenistas no ha cuajado. Una vez que su enemigo común de antaño, los laicistas, había desaparecido del mapa, Erdogan dejó de necesitar al movimiento. El punto de ruptura fue en febrero de 2012, cuando los gulenistas trataron de eliminar a su jefe de inteligencia y confidente íntimo, y se acercaron peligrosamente al propio Erdogan. Éste les respondió destituyendo a muchos gulenistas de sus cargos en la policía y el poder judicial. Aun así, la capacidad de Erdogan para atacar al movimiento es limitada. Hace poco se encontraron micrófonos ocultos en su despacho, colocados según el personal cercano por la policía. Erdogan, conocido por su estilo bravucón, respondió con sorprendente ecuanimidad. Si tenía alguna duda de que el movimiento pudiera poseer montañas de información embarazosa (o mucho peor), ahora estaba descartada. Los medios extranjeros se han centrado en Erdogan en los últimos meses pero si Turquía se ha convertido en un atolladero kafkiano, una república de juegos sucios y conspiraciones surrealistas, son los gulenistas los que tienen casi toda la culpa. Conviene recordarlo ante los esfuerzos del movimiento de disfrazar su oposición actual a Erdogan con el atuendo de la democracia y el pluralismo. Los periodistas gulenistas predican sobre el estado de derecho y los derechos humanos mientras sus medios promueven unos simulacros fragantes de juicios. El movimiento presenta a Fethullah Gülen como el arquetipo de la moderación y la tolerancia, mientras su página web en turco vende sus sermones anti-semíticos y anti-occidentales. La doble moral parece ser la esencia del movimiento. La buena noticia es que el resto del mundo ha empezado a ver la república de Erdogan por lo que es: un régimen cada vez más autoritario, construido alrededor de un líder popular pero muy imperfecto. La campaña de su gobierno contra los disidentes podría perfectamente haberle costado a Estambul las olimpiadas de 2020. Lo que aún no se ha entendido es el papel aparte y sumamente preocupante del movimiento Gülen en el impasse actual de Turquía. Además de investigar sobre los efectos del movimiento Gülen en sus propios países, los americanos y europeos deberían analizar también la experiencia turca más de cerca.