E l 2 de agosto marcó el primer aniversario del programa de "operaciones monetarias simples" (OMT) del Banco Central Europeo, por el que se compromete a comprar bonos del estado en el mercado secundario. El BCE anunció las OMT en respuesta a las ventas por el pánico de la deuda soberana del sur de Europa el verano pasado, que amenazaron con reventar la eurozona. En cierto sentido, ha sido un aniversario feliz. Los rendimientos de los bonos españoles e italianos, que habían subido hasta alcanzar alturas insostenibles por los temores de ruptura de la eurozona, cayeron bruscamente tras el anuncio y han permanecido a unos niveles bajos desde entonces, pese a la pequeña mejoría visible en la economía europea. Tal vez mejor todavía, el BCE no ha tenido que activar el servicio ni ha comprado en realidad ningún bono dentro del programa; su promesa de actuar ha bastado para calmar a los mercados. Sin embargo, el programa de las OMT está condenado por rebasar el mandato del BCE. Los críticos lo ven como un intento intrincado de circunvenir la prohibición de comprar directamente bonos estatales de la eurozona por parte del BCE y por eso es una fuente de riesgo moral, ya que alivia la presión de los políticos derrochadores para equilibrar los presupuestos y seguir adelante con las reformas. Además, se considera una exposición de los principales accionistas del BCE, principalmente Alemania, al riesgo de pérdidas en sus tenencias de bonos del sur de Europa. A principios del verano, estas cuestiones se sometieron a dos días de audiencias en el Tribunal Constitucional alemán, que dictaminará sentencia pronto. Si decide que el programa OMT no es coherente con la constitución alemana, podría obligar al Bundesbank a retirar su participación e incluso forzar al BCE a abandonarlo. Recientemente, más de un centenar de economistas, la mitad de ellos alemanes y los demás extranjeros, firmaron una carta de apoyo al programa (en primicia les diré que yo fui uno de ellos). Puede que parezca extraño que los extranjeros sopesen una cuestión de derecho alemán pero hay demasiado en juego como para quedarse al margen. Una unión monetaria normal, como a la que aspira convertirse la eurozona, exige que un banco central también normal desempeñe todas las funciones de un banco central, empezando por garantizar la estabilidad de precios. Aun así, como se reconoce en los estatutos del BCE, también implica asegurar "la operación fluida de los sistemas de pago". También supone mantener la estabilidad financiera. Las últimas experiencias han sido un duro recordatorio de las consecuencias que conlleva desatender esa responsabilidad. En concreto, el banco central debe estar dispuesto a actuar de prestatario de último recurso cuando el pánico inversor amenaza a los mercados financieros. Los estadounidenses aprendieron estas lecciones por las malas. Los gobernadores fundadores del sistema de la reserva federal interpretaron su mandato de forma restringida, considerando que el Fed era responsable de mantener la convertibilidad del oro y un dólar estable. Al abrazar la "doctrina de billetes reales", definieron su papel como el empréstito de todo el dinero y crédito que fuera necesario para las operaciones minoristas y mayoristas, y nada más. En particular, no veían al Fed como un prestatario de último recurso. Los préstamos de urgencia a entidades financieras en apuros y mercados -advertían- no hacían más que fomentar un riesgo excesivo y creaban burbujas, exponiendo al Fed a pérdidas en su cartera de inversión. El resultado fue una serie creciente de crisis bancarias y financieras en 1930, 1931 y 1933, la última de las cuales echó el cierre al sistema financiero estadounidense al completo. Obviamente, no era la forma de gestionar la que ya era la economía más grande del mundo. La ley bancaria de 1933, que amplió los poderes del Fed para incluir el descuento y compra de billetes, letras y pagarés, garantizaba que los bancos de consumo tuvieran la liquidez necesaria para satisfacer las necesidades de los depositantes. La ley bancaria (y la experiencia que la hizo surgir) dejaron claro que el Fed tenía la obligación de emplear esos poderes. No es ninguna coincidencia que Estados Unidos no haya vuelto a sufrir una crisis financiera como la de 1933. La de 2008 estuvo cerca de serlo pero la disposición del Fed a actuar de prestatario de urgencia consiguió evitar un desenlace peor. La lección de esta experiencia americana es inequívoca. La eurozona jamás será una unión monetaria normal y en buen funcionamiento hasta que tenga un banco central normal y en buen funcionamiento, preparado para actuar de prestatario de último recurso. El programa de las OMT es un paso en esa dirección. El BCE señaló hace poco que también está dispuesto a dar otros pasos propios de un banco central normal, como publicar las actas de sus consejos para que el público pueda entender sus deliberaciones y exigir responsabilidades a sus miembros. Los estatutos del BCE no están grabados en losas de piedra ni se entregaron en el Monte Sinaí; son una carta hecha por el hombre y debe tratarse (por el Tribunal Constitucional alemán y los demás) como un documento vivo, interpretable a la luz de los acontecimientos de actualidad. Los demás debemos fomentar ese enfoque porque el destino del euro podría depender de él.