Dice un proverbio chino que, a veces, una razón justa se pierde en la manera de reivindicarla. En Iberia todos, trabajadores de tierra, pilotos y compañía, parecen haber perdido, además de la razón, el juicio hace mucho tiempo. Primero fueron los pilotos, convocando una huelga salvaje a primeros de julio que costó las vacaciones a miles de personas y a la aerolínea parte de su prestigio amén de centenares de millones de euros en pérdidas, y ahora el personal de tierra se apunta con impune fervor a la misma senda para rematar el verano.El espectáculo inaudito y bochornoso ocurrido en El Prat, donde decenas de miles de personas permanecen atrapadas desde el viernes tras la huelga salvaje y sin previo aviso de gran parte de la plantilla, debería acabar, en vez de con un acuerdo que da carta de legalidad a la irresponsabilidad de la convocatoria de la huelga, con la intervención inmediata y contundente de las administraciones. Los poderes públicos están obligados no sólo a arbitrar medidas contundentes para que no se vuelva a dar, por ejemplo el próximo 31 de agosto, un espectáculo tan lamentable y tercermundista en ningún aeropuerto del país, sino a sancionar con todo el peso de la ley un comportamiento tan peligroso como la invasión de pistas durante horas, lo que supone una gravísima violación de todas las normas de seguridad establecidas.Pero Iberia debe tomar nota: en algún lugar entre el "vamos a morir matando" de los trabajadores que han visto peligrar sus puestos y el "todos a la calle" que exigen los atrapados en El Prat tiene que estar la cordura y el entendimiento. Aunque, a estas alturas del espectáculo, no por repetido menos bochornoso, ¿a alguien le importan las razones del personal de tierra, las lamentaciones de la compañía, o las reivindicaciones de los pilotos? A lo peor creen, como Israel, que "el mundo está con nosotros". Créanme, éste no parece un buen verano para releer a Kafka.