Y vino Mario Draghi. A puerta cerrada, como si se pudieran poner puertas al campo. A los pocos minutos su discurso estaba disponible en la web. Un ridículo para quien pretendió confidencialidad de algo que iba a ser público, sí o sí. El propio protagonista, aconsejado por sus asesores, lo publicó. Probablemente para evitar que lo tergiversasen. Y dijo lo tenía que decir. Pero ¿oyó todo lo que tenía que oír? Hablaron los grupos parlamentarios (seis minutos cada uno) ¿Suficiente? No parece. La comunicación es en dos direcciones. De presidente del Banco Central Europeo (BCE) a los españoles y de los españoles a Mario Draghi. Se puede decir que la EPA ya dice lo que tiene que oír: que hay seis millones de desempleados y que ese número se incrementó en tres millones los últimos años. No es suficiente. Sería bueno que lo llevasen a hablar a la universidad, con estudiantes de últimos cursos desesperados ante la falta de expectativas de desarrollo profesional; a una cola ante los servicios públicos de empleo (¡qué ironía de nombre!); que visitase algún comedor de Cáritas un día cualquiera, y algún hogar de los que tiene a todos sus miembros en paro y de larga duración, a algún desahuciado por falta de pago o a un jubilado cuyos ahorros se evaporaron en las preferentes de una caja de ahorros. Pero Draghi sólo ha estado en Diputalandia, el Congreso de los Diputados, con sus moquetas de tres centímetros y conserjes de uniforme. También en Moncloa, que es lo mismo, pero en la carretera de La Coruña. Es lógico y bueno que oiga a los grupos parlamentarios. En particular, a los minoritarios, con los que tiene pocas posibilidades de contacto. Sin embargo, dado el distanciamiento entre la España oficial y la España real no le hubiera venido mal un baño de realismo.