I ndependencia o transparencia. Estoy seguro de que si a los catalanes nos dieran a elegir entre ambas opciones la inmensa mayoría votaríamos por la segunda. Se puede argumentar que una y otra no son incompatibles, pero la experiencia nos enseña cómo incluso hoy, cuando la Audiencia de Barcelona y la Fiscalía se presume que no están mediatizadas por intereses políticos autóctonos, la transparencia y la asunción de responsabilidades políticas brilla por su ausencia. Veinte años ha tardado en llegar a juicio el caso UDC-Pallarols; demasiados para no acoger con una sonrisa descreída la maestría de los capotes de alivio que, dando largas cambiadas desde los bien llamados burladeros de esta plaza, han servido para dilatar el proceso hasta casi enterrar su memoria. Si nos dejáramos llevar por el cinismo, se podría sospechar que en la resolución del caso estamos asistiendo a un ensayo de cómo se lidiará ese otro feo asunto de corrupción Millet-Palau por el que CiU ha tenido que constituir en fianza su sede. Ese saqueo de una institución catalana como es el Palau de la Música, con toda la carga simbólica que representa vinculada a la Renaixença y a los ideales de Unió Catalanista, ha sido utilizado para el lucro de unos cuantos que se han enmascarado agitando fervorosamente la senyera. "Pendiente de pago el 20 por ciento de lo asignado al Palau a JP hijo. Sacar en efectivo y entregar en lugar habitual. El padre ya ha sido informado como siempre". ¿Es ésa la Cataluña que queremos? No se puede empezar a construir una casa por el tejado sin primero sanear los cimientos. El problema es que esa masía catalana, con vistas espectaculares a Europa, que nos están vendiendo adolece de todos esos defectos. El borrador de la ley de transparencia catalana, presentada al rebufo de las iniciadas por el Gobierno central y las comunidades autónomas de Euskadi y Navarra, nunca pasó del estado de los buenos propósitos de un borrador que ha quedado encallado y arrinconado al desviarse el caudal del hacer político a tareas más perentorias como la declaración de soberanía del pueblo catalán. Ese bálsamo milagroso cuya invocación será cura de todos nuestros males y que en su preámbulo reza: "Con el objetivo de que la administración del poder político, de las finanzas públicas […] y de la garantía del ejercicio de los derechos de los ciudadanos sirva para la mejoría del bienestar colectivo y la igualdad de oportunidades". Una jaculatoria a la que los fieles debemos contestar sin reservas: amén. A estas alturas resulta tedioso volver a repasar la lista de corruptos que han campado por esta nostra terra, por no mencionar la lista de informes y otras consultorías pagadas a precio de oro por el Gobierno Pujol y luego por el tripartito. Lo que sí tenemos bien claro es que la mayoría de las obras públicas nos cuestan un 5 por ciento extra en comisiones pagadas, ahora sí, para el bienestar de aquéllos a los que hemos confiado nuestro gobierno. Porque aquí en Cataluña lo prioritario no consiste en perpetuar las mismas lacras bajo diferente bandera; lo primordial es plantar los cimientos de una Administración Pública honrada. Lo urgente es el despliegue de una ley de transparencia y buen gobierno que ponga a la clase política, tan proclive a la corrupción, a salvo de sí misma para que a su vez el ciudadano, hoy indefenso, quede a salvo de sus malas prácticas. Una prensa libre que no dependa de las subvenciones, un poder judicial y una fiscalía pronta y eficaz, un defensor del pueblo y un tribunal de cuentas independiente y efectivo. Ésos son los mimbres que Cataluña necesita antes de empezar a tejer un país. Ésos son los fundamentos que necesitamos para construir un futuro mejor. La independencia es lo accesorio, un cambio de decorado para que todo continúe igual. Sólo cuando Cataluña esté bien gobernada y haya experimentado una valiente regeneración ética de nuestras instituciones podría tener sentido plantearse otras opciones. Hoy por hoy la independencia sólo nos asegura una cosa: quedarnos fuera de la Unión y más de lo mismo para los mismos. El camino que esta décima legislatura nos propone constituye una distracción permanente; ocuparnos con lo accesorio para no abordar lo fundamental. No, gracias.