D a la impresión de que se trata de una ofensiva coordinada: el 6 de septiembre, el Banco Central Europeo delineó un nuevo programa de compra de bonos, dejándoles saber a los mercados que no había límites preestablecidos para sus compras. El 13 de septiembre, la Reserva Federal de Estados Unidos anunció que en los próximos meses compraría títulos a largo plazo por 85.000 millones de dólares por mes, con el objetivo de reducir la presión sobre los tipos de interés a largo plazo y respaldar el crecimiento. Finalmente, el 19 de septiembre, el Banco de Japón declaró que iba a agregar otros 10 billones de yenes (128.000 millones de dólares) a su programa de compra de títulos del Gobierno, y que esperaba que sus tenencias totales de estos títulos alcanzaran aproximadamente 1 billón de dólares para fines de 2013. Hay lugar para esta acción concertada, ya que las perspectivas para las tres economías se han deteriorado. En la eurozona, es una certeza que el PBI se reducirá en 2012, y los pronósticos para el año próximo son mediocres En EEUU, la producción sigue creciendo, pero a un ritmo moderado del 2 por ciento y, dejando de lado el abismo fiscal que se vislumbra para fin de año, cuando el Congreso se vea obligado a imponer recortes al gasto y permitir que expiren los recortes impositivos implementados en 2001, la recuperación sigue estando en riesgo. En Japón, la desaceleración global y un yen más fuerte están afectando al sector exportador, el crecimiento está flaqueando y la inflación vuelve a estar cerca de cero. La realidad, sin embargo, es que no existe una postura común, mucho menos un plan común. En la más fuerte de las tres economías, la Fed está deliberadamente arriesgándose a generar inflación al preanunciar su intención de mantener la tasa de los fondos federales a niveles excepcionalmente bajos "al menos hasta mediados de 2015". En la más débil de las tres, en cambio, el BCE no tiene ninguna intención de fomentar el crecimiento a través de un alivio cuantitativo o compromisos previos en materia de tasas de interés. Por el contrario, el BCE insiste en que el único objetivo de su programa de "Transacciones Monetarias Directas" (TMD), que comprará bonos del Estado de miembros de la eurozona en crisis, es contener el riesgo de una redenominación de moneda que contribuye a tasas de interés elevadas en las economías del sur de Europa. El objetivo es restablecer un grado de homogeneidad dentro de la zona euro en términos de transmisión de política monetaria. Todas sus compras de activos serán esterilizadas, lo que significa que los efectos de su política monetaria estarán compensados. Es más, dada la controversia que generó en Alemania su anuncio del programa TMD -sobre todo en el Bundesbank-, al BCE se lo desalentaría de perseguir cualquier esfuerzo similar a la Fed. Para prevenir una ofensiva de los halcones monetarios alemanes (y otros), que sostienen que el BCE abrió la puerta a la monetización de deuda, el Banco seguirá obligado a inclinarse por la ortodoxia. Cuanto más se refuten sus iniciativas no convencionales para reparar el euro, más ortodoxo será el BCE en política monetaria. Esta discrepancia entre EEUU y Europa no son buenas noticias. Para la eurozona, implica un tipo de cambio fuerte frente al dólar (y, por implicación, al yen, ya que el Banco de Japón monitorea estrechamente el tipo de cambio yen-dólar). Pero los países del sur de Europa, especialmente España, necesitan el respaldo de una moneda débil para lograr un reequilibrio externo y regresar a excedentes de cuenta corriente. Sin esta ayuda del tipo de cambio, todo el reequilibrio del sur de Europa tendrá que producirse internamente a través de una deflación doméstica, que a su vez amenaza con poner en peligro su retorno a la sustentabilidad de la deuda pública. De manera que la salida del enigma europeo -la depreciación de la moneda- amenaza con verse bloqueada por la percepción del mercado de que el BCE y la Fed están enfrentados en política monetaria. Es verdad, las crisis en los países con problemas y las dudas sobre la viabilidad del euro podrían incidir en su valor. Pero es preocupante que la solución a los desequilibrios internos de Europa dependa de la continua percepción desfavorable respecto de la capacidad de la eurozona para resolver sus problemas. Vistas desde el resto del mundo, las cosas no son mucho mejores. Guido Mantega, el ministro de Finanzas de Brasil, desestimó la postura de la Fed, y volvió a advertir sobre guerras de monedas. Pasa por alto el hecho de que las monedas en el mundo emergente deberían apreciarse frente a las de las economías avanzadas, porque los emergentes no enfrentan los mismos desafíos económicos. EEUU, Europa y Japón están agobiados por niveles elevados de deuda pública y privada, y están atrapados en ciclos de desapalancamiento prolongados que hacen que las recuperaciones sean débiles y vulnerables. Por el contrario, las economías emergentes se desaceleran, pero su situación es esencialmente más sólida, lo que debería reflejarse en el valor de sus monedas. Desafortunadamente, la combinación de un alivio agresivo en EEUU y una actitud mucho más cauta en Europa confunde el mensaje. Sugiere que el problema de la economía global es que EEUU está intentando encontrar la manera de generar inflación para resolver sus problemas. Puede ser cierto, pero no debe ocultar el problema estructural subyacente de la economía mundial. Las recientes medidas del BCE, la Fed y el Banco de Japón parecen una acción concertada. Tristemente, es todo lo contrario.