E l Gobierno de Rajoy alinea un plantel de profesionales acreditados, de nivel incomparablemente superior al banquillo de iluminados ocurrente de la pesadilla zapateril. Pensaba yo que de aquel lamentable e inmaduro socialismo adolescente, del bibiano-pajinismo, pasaríamos a un Gobierno que nos dijera la verdad, por amarga que fuera, y tomara las muy duras decisiones necesarias. Rajoy no sólo recibió un aplastante número de votos, sino también la esperanza de centenares de miles, de millones de españoles que sin ser de derechas entendían que el desgobierno y las memeces zapatéticas nos habían colocado en una situación para la que se requería temple y medidas. Pero nos encontramos con un presidente con los ojos puestos más en su triunfo (que no fue) en las elecciones autonómicas andaluzas que en la angustia general del pueblo. Así se perdieron unos meses preciosos y precisos, y una ocasión única tras la espectacular victoria en las elecciones para aprovechar su mayoría parlamentaria tomando las decisiones que las circunstancias exigían. En esos primeros meses debería haberse producido una profunda relación entre el pueblo español y un presidente que hablara y explicara a la ciudadanía el negro panorama y las muy amargas actuaciones que se precisaban. Ese pueblo lo hubiera entendido y admitido. Entonces. Y también se echa en falta que quien por especulación o por delito nos ha llevado al abismo en el que nos hallamos sea responsabilizado de sus tropelías. Que los agujeros del cinturón no se aprieten siempre por los mismos: por las clases medias, por los asalariados. Por las rentas del trabajo. Jamás por las rentas del capital. Ahora contemplamos a Rajoy con el mismo escepticismo con que lo hicimos con Zapatero. Creemos más en el destino inevitable, en la fuerza de la gravedad que en el rumbo atinado del capitán. Hay que reconocerlo, la verdadera derecha se comporta igual que la llamada izquierda.