La incapacidad de la Unión Europea para avanzar más allá de su naturaleza económica y constituirse en un solo bloque, con capacidad de decisión en el marco de la geoestrategia internacional, ha quedado, una vez más, de manifiesto. Ayer, la maquinaria comunitaria volvía a mostrar sus gravísimas limitaciones: los ministros de Exteriores de los 27 no consiguieron acordar una postura común frente al desafío que supone la declaración de independencia de Kosovo. Así, tras su reunión, los burócratas europeos desistieron de dar una respuesta unitaria, dejando el reconocimiento oficial del nuevo Estado en función de lo que decida cada miembro. Una flagrante demostración de debilidad y desunión frente a los crecientes desafíos globales. ¿Será capaz el Viejo Continente de encontrar una identidad común? De momento, no. Y el futuro no parece demasiado prometedor. Kosovo ha pisoteado la legalidad internacional mientras Europa no se aclara sobre las consecuencias de aplaudirlo o rechazarlo. De momento la Unión Europea ha decidido tutelar, con 3.000 millones, la cruzada kosovar, azuzando el germen de la discordia en sus mismas puertas. Otorgar un estatus de soberanía a los brotes separatistas europeos es un asunto especialmente sensible para Europa y, por supuesto, para España. Así, es preciso exigir la máxima rotundidad al Ejecutivo de Zapatero. Una defensa cerrada de la integridad territorial de los Estados pasa por no contribuir, -ni "por motivos humanitarios"-, a la viabilidad de un experimento ilegal. El actual Gobierno retiró las tropas españolas de Irak, incluso desatendiendo las labores humanitarias que realizaban. Ahora no debe utilizar ese mismo recurso para acabar haciendo lo contrario de lo que dice defender. Sería un gravísimo error.