Vale, es verdad. En lo tocante a reivindicaciones, el egoísmo, la prepotencia y la vanidad son los tres pecados capitales que se atribuyen, desde hace años, al Sindicato Español de Pilotos de Líneas Aéreas (SEPLA), a punto de cumplir 30 años sin tocar tierra. En estos días, además, las opiniones sobre el pulso lanzado a la compañía en la que trabajan, Iberia, han rozado una unanimidad tan envidiable que para sí la quisiera Manuel Marín cualquier día de diario en el Congreso de los Diputados. Que si la huelga va "contra el sentido común" (los sindicatos mayoritarios UGT y CCOO); que si es totalmente "inadmisible" (Asociación de Líneas Aéreas); que si es "injustificada y abusiva" (Asociación de Compañías Españolas de Transporte Aéreo); que si son "unos privilegiados" (Iberia dixit)... Y así, sin contar viajeros ni editorialistas, hasta el infinito. Sin obviar el derecho de cualquier trabajador a defender su puesto de trabajo, a Bernardo Obrador, voz exigente y reivindicante del sindicato SEPLA, no han debido de parar de pitarle los oídos desde que anunció los motivos de una huelga en días-punta capaz de provocar el caos aéreo, de hacer perder millones de euros a Iberia, y de suspender 1.500 vuelos dejando, como ya ocurriera en 2002, a 200.000 ciudadanos sin el comienzo de sus vacaciones de verano. Pero, aunque no lo crean, hay, al menos, un español agradecido: Jesús Caldera. Gracias al SEPLA, el titular de Trabajo ya sabe qué hacer para que entren por el aro laboral los 230.000 españoles que miran para otro lado cada vez que el INEM toca a corneta para ofrecerles trabajo. Obrador le ha abierto los ojos: no tiene más que garantizarles -además de 150.000 euros de sueldo medio, dietas variables y ascensos cada dos años- sus salarios hasta los 65 años, mediante avales bancarios anuales, y una subida del IPC más dos puntos cada ejercicio. Así, a ver qué español se atreve a quedarse en casa.