L a Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible en Río de Janeiro se ha apodado "Río+20", para conmemorar la Cumbre de la Tierra de hace veinte años. Líderes políticos, empresas privadas y organizaciones han firmado alrededor de 700 compromisos para dedicar 408.000 millones de euros en programas de desarrollo sostenible. 258.000 millones irán destinados a la iniciativa Energía Sostenible para Todos, que plantea universalizar antes de 2030 el acceso a fuentes sostenibles. Además, han planteado lograr cada año plantar cien millones de árboles. Sin embargo, su tema ha sido El futuro que queremos, que considero engañoso. Parece apelar a la capacidad de juicio. ¡Como si tuviéramos elección! Año tras año acumulamos una deuda ecológica que eclipsa la asombrosa deuda pública, pero en el mundo natural no hay rescate o impago. Cuando nuestro crédito ecológico se agote, habrá desaparecido. Así que la cuestión es cuándo aprenderemos a respetar las leyes inflexibles e innegociables de la sostenibilidad. Para que 10.000 millones de personas alcancen un nivel de vida remotamente parecido a digno, tenemos que cambiar profundamente nuestro modo de vida y negocios. La auténtica sostenibilidad sólo puede materializarse dentro de los límites biofísicos de la Tierra, un sistema cerrado, salvo que consideremos la colonización del espacio. Según WWF, nuestra huella ecológica es 50 por ciento mayor que la capacidad regeneradora del planeta, y para 2050 necesitaremos dos Tierras para satisfacer nuestra sed de recursos y absorber nuestros residuos. Así que debemos pasar a un modelo de desarrollo realmente sostenible, la misma conclusión que hace 20 años. Sin más demora tenemos que estar a la altura, al menos en la interpretación básica. Así, un recurso no renovable se puede considerar sostenible si se reinvierte en un sustituto con mismo nivel de servicio o consumo indefinidamente en el futuro. Un ejemplo es el petróleo. Pero los petrodólares siguen a menudo llenando bolsillos de regímenes no democráticos, con muy escaso o inexistente beneficio para los pobres y ninguna inversión seria en renovables. Sin embargo, el fondo soberano de pensiones del Gobierno noruego, "del Petróleo", creado para invertir en activos para generaciones futuras, aplica criterios éticos de inversión y entabla diálogo con las empresas. Pero sólo una minoría de empresas tiene modelos de negocio auténticamente sostenibles y la inmensa mayoría, aunque haya introducido políticas de responsabilidad social y pueda pasar filtros éticos, sigue manteniendo posturas que no concuerdan. En este sentido la eficiencia en el uso de recursos es clave. Agua, energía y otros recursos naturales siguen demasiado baratos, así que los derrochamos y arruinamos para generaciones futuras. De manera que tenemos que dedicar esfuerzos de I+D a conseguir más con menos. Sin embargo, la eficiencia es condición necesaria, pero no suficiente. No podrá salvarnos sin un tope absoluto a la dimensión de nuestra actividad humana y simplemente alargará el deterioro. Es más, una mayor eficiencia puede acelerar el agotamiento del recurso, porque menores costes pueden inducir a consumir más. Es la paradoja de Jevons, economista inglés que hace siglo y medio predijo que las minas inglesas de carbón se agotarían. La paradoja no se sostuvo, porque el carbón sigue siendo el recurso fósil más abundante, pero es finito, y no podremos extraer y quemar ni siquiera una parte de sus reservas sin calentar más nuestro planeta. En cualquier caso, la economía verde tiene que basarse en recursos y energías renovables. ¿Por qué seguir produciendo plásticos y fibras a partir de petróleo o carbón, intensivos en energía contaminante, si los bosques pueden hacerlo filtrando aire y agua y eliminando dióxido de carbono de la atmósfera? Pero ¡cuidado! Destinar grandes cantidades de combustibles fósiles a mecanización, abonos artificiales y fitosanitarios para alimentación animal o vehículos no tiene sentido en un mundo en el que mil millones de personas pasan hambre. Los restantes combustibles fósiles deben usarse en gran medida para construir infraestructuras renovables de aprovechamiento del sol, viento y recursos renovables. Nuestra sociedad sencillamente no puede permitirse que nuestros recursos más valiosos sigan dilapidándose porque los precios de mercado no reflejan su crítica importancia para nuestra supervivencia y la de las especies con las que compartimos el planeta. Así que nos aguardan enormes retos que financiar. Por desgracia, los Gobiernos no pueden dar más de sí con las inversiones necesarias. No obstante, pueden hacer -lo harán- lo que esté en su mano para que el uso de recursos fósiles se vuelva más caro, fomentando el uso de renovables mediante incentivos y políticas. Además, en un futuro no distante las empresas no tendrán elección. Las que no consigan acatar las nuevas normas desaparecerán, un proceso como el que condujo a la extinción de muchas especies de plantas y animales. Pero sobrevivirán y prosperarán las que comprendan que los criterios de sostenibilidad deben ser incluidos en toda decisión empresarial. Además, integrar criterios medioambientales, sociales y de gobierno corporativo en nuestras decisiones de inversión puede ayudar a clasificar las empresas. De hecho, lo correcto es proporcionar capital a las que operen responsablemente, sin incrementar la deuda ecológica para generaciones futuras. Inevitablemente será la estrategia de inversión de más éxito a largo plazo.