S e diga lo que se diga, ha sido un éxito del presidente Rajoy la obtención del crédito de 100.000 millones de euros, la diferencia entre el caos o la supervivencia de nuestra banca. Ahora, superado el pavoroso panorama de la crisis sistémica, mi visión vuelve a contemplar un horizonte inexistente. ¿Cuál es el proyecto estratégico económico de España? ¿Dónde se encuentra la elemental competitividad que nos permita equilibrar nuestro presupuesto para que nuestra vida no se base en un endeudamiento permanente que nos obligue a repetir nuestro inmediato pasado y presente…? La gran tragedia de la economía española es que nuestro volumen demográfico no nos permite ser un Estado de servicios… turísticos. Necesitamos tecnología propia (que no deslocalizada y por lo tanto deslocalizable), establecer un camino viable ante retos que son ya de ayer: países emergentes hacen lo que nosotros hacemos… pero más barato y en mayor volumen. No podemos seguir siendo el punto medio entre la tecnología avanzada y los nuevos dragones industriales… porque ya nos han atrapado. El problema de España no es sólo la burbuja financiera, sino el déficit como consecuencia de nuestra escasa competitividad, y a ello sumada la crisis de fiabilidad que nos merece no la democracia, sino sus instituciones. En el momento de crisis en el que más deberíamos confiar en ellas, nos han fallado estrepitosamente: nadie cree en los políticos, los altos tribunales padecen un descrédito casi total, nuestros financieros y empresarios para qué hablar, y la Corona vive sus momentos más bajos. Nuestra tragedia no es que hayamos dejado de creer, es que navegamos por las aguas de la desesperanza, antesala de la desesperación, prólogo del cinismo. No creemos en nada porque nada nos merece credibilidad. Y en éstas estamos mientras nuestras instituciones se siguen contemplando el ombligo, mientras impúdicamente ordeñan la teta de una vaca que ya no puede dar ni una gota de leche más.