E n un mundo sumido en una terrible crisis económica que ha hecho caer Gobiernos como si fuesen fichas de dominó y que incluso está poniendo en peligro la reelección de Barack Obama en Estados Unidos, la actualidad acaba de brindarnos una excepción que merece la pena analizar: Kazajistán. Este país celebró el pasado 15 de enero unos comicios legislativos que contaron con una gran afluencia de votantes -la participación superó el 75 por ciento-, y en los que ha vuelto a ganar el partido Nur Otan del presidente Nursultán Nazarbáyev, que ha obtenido casi el 81 por ciento de los votos y 83 escaños. El partido Ak Zhol ha quedado en segundo lugar, con un 7,47 por ciento de los sufragios y 8 escaños, y el Partido Comunista ocupa la tercera posición, con el 7,19 por ciento y 7 diputados. ¿Cuáles son las claves de este repetido éxito electoral? Probablemente habría que buscarlas en las altas cotas de estabilidad y prosperidad alcanzadas por esta joven nación, difíciles de presagiar cuando se independizó de la convulsa Unión Soviética hace ya veinte años. Cuando, en 1991, Kazajistán empezó su andadura como Estado en un contexto internacional sumamente agitado, el país carecía por completo de experiencia democrática y padecía un subdesarrollo crónico. El hecho de que dentro de sus fronteras conviviesen ciudadanos de 140 nacionalidades y de 46 religiones diferentes tampoco parecía facilitar las cosas. Es cierto que la república centroasiática también contaba con una serie de factores que jugaban a su favor. Es el primer productor de uranio del mundo y posee grandes reservas de hidrocarburos. Sin embargo, son muchas las naciones con riquezas inmensas -basta con echar una ojeada al mapa de África- que se han convertido en Estados fallidos, sin instituciones que funcionen, embarcados en conflictos sin fin y con una economía en bancarrota. Otra de sus aparentes ventajas, su situación de alto valor geoestratégico a caballo entre Asia y Europa, no ha beneficiado a otras exrepúblicas soviéticas de Asia Central. Muchas sufren una profunda inestabilidad al no haber logrado manejar las relaciones con sus vecinos, algunos de ellos potencias de primer orden, o por no haber sabido gestionar la complejidad de sus sociedades. El presidente Nazarbáyev y la formación que lidera han sido capaces de dirigir la transición del modelo soviético a otro nuevo, todavía en proceso de construcción. Además, han convertido la diversidad étnica, cultural y religiosa, que podría ser fuente de rivalidades y conflictos, en una de las mayores riquezas del país y en un "valor exportable". Y han sabido consolidar a Kazajistán como una potencia regional, que juega un papel cada vez más importante en la esfera internacional. Pero, siendo todos estos aspectos fundamentales, es quizás en el plano económico donde los logros cosechados son más tangibles. Baste como ejemplo el salto en el PIB per cápita, que ha pasado de 700 dólares en 1994 a 10.000 en la actualidad. Algo parecido sucede con la apertura de la economía kazaja al exterior. El país ha abandonado su tradicional aislamiento para recibir 130.000 millones de dólares en inversiones extranjeras desde su independencia y se encuentra ya en el décimo puesto en la clasificación mundial de Estados que ofrecen una mayor protección a las inversiones. Por supuesto, todavía queda mucho por hacer, especialmente en lo que se refiere a la profundización en la democracia, pero la experiencia ha demostrado una y otra vez que los cambios son más fáciles de realizar cuanto mayor es el grado de desarrollo económico y cultural de la sociedad a la que afectan. Parece que los kazajos son de la misma opinión y en estos tiempos de incertidumbre han apostado por la seguridad de un partido y de un líder que conocen. Es de esperar que acaben encontrando su propio camino para mantener el crecimiento económico, la estabilidad institucional y la convivencia en armonía, y, al mismo tiempo, avanzar en las reformas necesarias. Las recientes elecciones, a las que han concurrido siete partidos políticos, y el nuevo Parlamento, que es a partir de ahora y por primera vez en la historia del país multipartidista, suponen un gran paso en el desarrollo democrático de Kazajistán, que inicia su tercera década como Estado independiente.