El día de ayer nos recordó cuál es la realidad por la que atraviesa la economía española. El paro, la inflación y el indicador de confianza del consumidor se alinearon para arrojar más dudas sobre al crudeza de la ralentización económica que hemos iniciado. Así, el paro registrado en diciembre aumentó en 35.074 personas respecto al mes anterior, cifra que sitúa el número total de desempleados, al cierre de 2007, en 2.129.547 personas, un 5,27 por ciento más que el año anterior. El retroceso se concentró principalmente en el sector de la construcción que ha registrado un 12,8 por ciento más que en el mes anterior. Tampoco la inflación da respiro. El índice provisional publicado por el Instituto Nacional de Estadística (INE) ha registrado su peor dato de los últimos 11 años. La inflación cerró diciembre en el 4,3 por ciento. Y, por si esto fuera poco, el indicador de confianza del consumidor publicado por el Instituto de Crédito Oficial (ICO) descendió 3,8 puntos, marcando un mínimo histórico. A la vista de los datos, nos enfrentamos a un aterrizaje significativamente más duro de lo que se había previsto. Por mucho que el Gobierno minimice la situación, los desequilibrios que ha acumulado la economía española son severos (inflación, déficit exterior, endeudamiento de familias y empresas). Con un modelo económico sustentado sobre la construcción y el consumo, la crisis financiera ha acelerado el desastre. Y lo más grave es que la nave está a la deriva. A estas alturas, hay poco margen para maniobrar. Las cuentas públicas impiden que podamos utilizar un salvavidas fiscal o presupuestario. Las rigideces de nuestro mercado laboral tampoco permiten una vía de escape. Ya no procede hablar de un simple bache como sostiene el Gobierno, el motor económico se ha gripado.