En estas fechas y con este tema podría hablarles de muchas cosas: de las bondades del conejo como plato navideño, del consumismo que ha desplazado al sentido íntimo de lo que celebramos en las fiestas o de los devastadores efectos -¿por qué hoy en día los efectos son siempre devastadores?- del exceso de iluminación navideña sobre el clima. Es decir: de tópicos. Sin embargo, me propongo ver si puedo dar origen a una nueva rama del saber económico. Conocemos otras áreas que han triunfado como la economía política o la economía matemática, y de otras, también triunfadoras, que como esta que propongo fundar ahora, parece que su nombre las centra en alguna especialidad concreta del quehacer humano como la economía industrial, la del trabajo, la de la salud o la de la educación sin ánimo de ser exhaustivo. Todas las ramas de la economía intentan "reconciliar el conflicto entre las necesidades y deseos casi ilimitados de los individuos (…) y la escasez de recursos" (Fischer y Dornbusch). La Economía pues no es sino una ciencia que estudia el dolor que la necesidad de elegir provoca en el hombre por culpa de la escasez. A ese dolor, el de elegir y, por tanto, renunciar a lo no elegido o a lo sacrificado, solemos llamarlo coste. Lo que obtenemos a cambio es el ingreso, y si nos satisface más que el coste, obtendremos esa palabra tan denostada que es el beneficio -que cuando es negativo tal vez debiéramos llamar maleficio-. Sin embargo, la Economía de Navidad es una rama que estudiaría el placer que nos da no renunciar a nada a cambio de obtener algo que queremos y que no se agota. Visto así, sería la situación de una hipotética Jauja o Arcadia feliz, donde a nada hay que renunciar porque hay de todo en abundancia. Pero no, no pretendo una ciencia que explique eso porque tampoco sería verdad: atrapados como estamos en el tiempo tendríamos que elegir entre satisfacer unos deseos u otros. Llegaría la muerte y algunas cosas quedarían pospuestas para siempre jamás tras haber consumido nuestro tiempo en alcanzar otras. En estos paraísos limitados por el tiempo, la Economía seguiría siendo el estudio de la escasez, de una escasez: la de tiempo. La Economía de Navidad tampoco puede estar sujeta al tiempo, si queremos que se desligue del resto de sus hermanas. La Economía de Navidad por tanto no puede basarse en los presupuestos de la escasez y la elección, las dos caras de la economía. En la Economía de Navidad no puede haber escasez ni necesidad de elegir. Es posible que esa falta de escasez y de la necesidad de elegir, permita abandonar definitivamente la matemática en esta rama de la Economía -lo que no cabe duda de que para algunos es una buena noticia-. Algunos pensarán que eso no es Economía e, incluso, que eso no puede ser ciencia o saber de este mundo. Es posible, pero sobre estos presupuestos intentaremos definir positivamente la Economía de Navidad. La Economía de Navidad produciría más abundancia de aquello que deseamos cuanto más lo deseáramos, sin necesidad por tanto de renunciar a nada para alcanzarlo. Sólo haría falta desearlo. El bien deseado en la Economía de Navidad no podría por tanto ser mensurable porque sería infinito, dado que siempre se podría tener más de él. Marco Antonio le dijo a Cleopatra que "es miseria el amor que puede ser calculado" (Shakespeare). El bien deseado en la Economía de Navidad debiera tener, por tanto, las características de ese, el amor: cualquier cantidad sería poca. Pero además, y como estamos sujetos al tiempo, no debiéramos desearlo a costa de otra satisfacción que dejaríamos para más tarde, porque entonces volveríamos al estudio de la escasez del tiempo. Sólo deberíamos desear el amor. En la Economía de Navidad los agentes intervinientes sólo desean el amor infinito y lo desean siempre. Llegados aquí ustedes me dirán que el problema entonces estaría en encontrar los intervinientes. Sin intervinientes, no habría Economía de Navidad. Necesitaríamos pues asegurarnos intervinientes que sólo desean el amor infinito y lo desean siempre, para que esta nueva rama del saber no se quede en una ciencia sin posible aplicabilidad porque, en general, las ciencias económicas se caracterizan por ello, por la aplicabilidad. Al menos yo he encontrado un interviniente de tales características en la literatura, al que se describe como que "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (San Juan, 13;1.). Ya tenemos una nueva rama del saber económico: la Economía de Navidad, que se caracteriza por la existencia de al menos un interviniente que siempre desea amar infinitamente. Nos queda a usted y a mí, al ver que ello es posible, incrementar el número de intervinientes dados los beneficios infinitos que produce: algo que todos deseamos sin medida y sin coste. Claro que es posible que usted me niegue esto último: la ausencia de coste. En ese caso, le recomiendo que siga estudiando Economía de Navidad que no es tan difícil, porque como afirmó ese caso recogido en la literatura de individuo que amó hasta el extremo, sabemos que les "has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños" (San Mateo 11,25). En la Economía de Navidad no hay por tanto que ser sabio ni inteligente, sino sólo pequeño para entenderla. Inténtelo, hágase pequeño. No puede perder nada, porque, como ya le he dicho, sólo reporta ingresos ilimitados sin coste, aunque ahora mismo le cueste creerlo.