Hace una semana los bancos centrales de cinco economías desarrolladas, incluidos la Reserva Federal y el Banco Central Europeo, decidieron actuar de manera coordinada para combatir la contracción del crédito que amenaza la estabilidad del sistema financiero internacional y el crecimiento económico global. A la vista de la respuesta del mercado, esa iniciativa fue ineficaz. No sirvió para reducir los diferenciales del Libor -de tres semanas a tres meses- con los tipos de intervención fijados por los institutos emisores ni con los de los bonos estatales. En otras palabras, los banqueros centrales no consiguieron con su espectacular acción restaurar la confianza destruida por una crisis cuyo alcance e impacto real es todavía desconocido. Las posteriores actuaciones de la FED y del Banco de Inglaterra tampoco han logrado mejorar las condiciones de liquidez en sus mercados interbancarios. En este contexto, el BCE anunció en la noche del lunes pasado una operación especial en virtud de la cual abre a las instituciones financieras una línea de endeudamiento ilimitada durante dos semanas a una tasa del 4,21 por ciento, cercana a su tipo de intervención del 4 por ciento. Si se tiene en cuenta que el Libor para ese período temporal estaba en el 4,9 por ciento, el instituto emisor europeo está reduciendo 70 puntos básicos el precio del dinero. De esta manera pretende hacer algo para suavizar los efectos de la contracción del crédito en la Eurozona sin alterar su política monetaria. La pregunta es si el movimiento del BCE sirve para algo, esto es, si conseguirá devolver la "normalidad" a los mercados de crédito, lo que parece dudoso. Si en las próximas semanas la inestabilidad persiste, las presiones para que reduzca tipos arreciarán y le será difícil resistir a la presión de quienes quieren convertirle en chivo expiatorio de todos los males de la economía europea. La política monetaria sirve para muchas cosas pero no es un instrumento efectivo para resolver problemas de solvencia. Este es un axioma elemental de la teoría económica avalado por una evidencia empírica abrumadora. Por desgracia, esa es la situación en la que se encuentran numerosos agentes económicos en los EEUU y, probablemente, aunque por el momento en menor medida, en la Eurozona. Esta hipótesis no es marginal ni exagerada. Es compartida por distinguidos analistas de distintas escuelas como Nouriel Roubini, Martin Wolf, Paul Krugman o George Magnus. En cualquier caso es improbable que los bancos utilicen la liquidez puesta a su disposición por el BCE para aumentar su oferta de crédito a unas familias y a unas empresas cuya solvencia está en discusión. Al mismo tiempo, las entidades financieras más castigadas por la tormenta -hedge funds, banca de inversión etc.- no tienen acceso directo a los préstamos otorgados por la autoridades monetarias. En román paladino, inyecciones de liquidez como la realizada por el BCE no llegan a quienes las necesitarían. Por otra parte, ese tipo de acciones tampoco pueden solventar las asimetrías de información y la incertidumbre derivada de ellas. La globalización financiera y la titulización hacen muy difícil evaluar la dimensión y la extensión de los daños reales y potenciales causados por una crisis como la que vivimos. Aquí y ahora es imposible medir las pérdidas ocasionadas al sistema por el desplome del mercado hipotecario norteamericano y por los productos asociados a ella, así como detectar ex ante qué entidades están afectadas por el virus. Cuando en una operación crediticia es imposible conocer con precisión los riesgos de la contraparte, la operación se vuelve inviable. Ante este panorama, los bancos emplearán la afluencia de liquidez para mejorar sus ratios de solvencia y protegerse de la aparición de riesgos inesperados y/o mayores de los esperados. Este es otro argumento en soporte de un mantenimiento de la restricción crediticia. El suministro de liquidez a las entidades con aprietos, que obviamente son la mayoría de las que acudirán a la línea de crédito abierta por el BCE constituye una situación clásica del denominado de riesgo moral; es decir, un premio-subsidio a quienes son más débiles porque quizá han sido más imprudentes frente a quienes son más fuertes porque han sido más prudentes. Este efecto es el mismo tanto si la ayuda de la autoridad monetaria se articula a través de un descenso de los tipos de interés como si se pone en marcha mediante inyecciones agregadas de liquidez, fórmula usada por el BCE. Este enfoque tiene la ventaja de su temporalidad pero es peligroso porque estimula también comportamientos poco responsables por parte de las instituciones crediticias y además porque al ampliar la franja de los colaterales aceptables como garantía incorpora riesgos excesivos al propio balance del BCE. El paquete de ayuda articulado por el BCE es un mal menor frente a su alternativa: un recorte de los tipos de interés. Si esta medida se llevase a término, en un entorno de presiones inflacionistas y con una tasa de inflación muy superior a la considerada compatible con la estabilidad de precios, la credibilidad del banco emisor sufriría un duro quebranto sin que además se lograse conseguir el objetivo de acabar con la restricción crediticia y estimular la actividad económica en la Eurozona.