En un desesperado intento por contener la deriva de los mercados, varios países europeos han prohibido las ventas a corto del sector financiero durante al menos quince días. El mecanismo de estas apuestas consiste en que un inversor toma prestado unos títulos para enajenarlos sobre el parqué y comprarlos más tarde cuando hayan bajado. Al devolverlos, se gana la diferencia. Semejante procedimiento suele propiciar unas correcciones más veloces en los precios de las acciones y se considera una herramienta legítima del trading. De hecho, en muchas ocasiones proveen cobertura para una operación y por tanto generan más liquidez alrededor de esos mercados. Sin embargo, en ocasiones como las vividas en estos días, pueden alimentar muy rápidamente una espiral negativa y, al final, contribuir a un pánico. Por eso, en Estados Unidos existe una regulación bastante razonable que limita su uso cuando la acción ha caído un 10 por ciento. Y algo así debería adoptarse en Europa. La restricción resultó bien acogida con alzas en las bolsas. Sin embargo, aunque éste sea un respiro necesario en estos momentos de excepcionalidad, no debemos olvidar que las causas de fondo de la enfermedad siguen ahí. Así sucedió en 2008, entonces las autoridades estadounidenses vetaron estas ventas a corto, consiguiendo un breve receso durante las caídas. Pero no pudieron evitar que la tendencia de fondo se impusiese. Al igual que las compras de deuda por parte del BCE, los límites a las posiciones bajistas no constituyen una panacea. Ayer mismo Francia confirmó que su economía creció un cero por ciento en el segundo trimestre, muy lejos del 2 por ciento necesario para que logre una reducción del déficit público. Los inversores están tratando a las entidades financieras, consideradas muy expuestas a los soberanos y sus economías, como reflejos de sus Estados. Pese a que la banca ha reforzado su liquidez y ha reducido su exposición al riesgo, sus acciones han llegado a cotizar a la mitad de su valor en libros. Tales estimaciones van más allá de las constricciones que puedan sufrir en la reconversión de sus cuentas como resultado de un crecimiento menor, una reducción del endeudamiento, una regulación más severa y pérdidas en el inmobiliario y en los bonos soberanos. Más bien parecen contemplar un futuro desmantelamiento del euro. Parafraseando a Churchill, si Estados Unidos lo prueba todo antes de arribar la solución correcta, Europa ve cuál es la iniciativa correcta, la vende a bombo y platillo, pero en la letra pequeña fruto de las discusiones soberanas lo adultera todo. Sin embargo, la ya evidente ralentización de la economía global ha puesto de manifiesto en cuestión de días que Europa precisa mucho más para salvar su unión monetaria. Sus niveles de crecimiento serán del todo punto insuficientes para mantener el sistema del bienestar tal y como lo conocemos. Han de encontrar formas de encauzar sus cuentas públicas a corto plazo. Y eso ha despertado la necesidad entre los mandatarios de tirar de todos los instrumentos a su alcance. Lo que va a incluir otra ronda de impuestos. Italia, Portugal y Francia ya barajan nuevas tributaciones que apuntalen los ajustes. Y en España tendremos que hacer lo mismo. Parece que los líderes europeos empiezan a ser conscientes de que no les queda alternativa. Durante demasiado tiempo en esta crisis, nos han recordado a Al Pacino en la película Esencia de mujer, donde ofrece un discurso memorable: "Yo he llegado a muchas encrucijadas en mi vida. Siempre he sabido cuál era el camino correcto. Sin excepción, lo he sabido. Pero nunca lo he tomado. ¿Por qué? Porque era jodidamente duro!". Ahora, el mercado sólo les está dejando un camino posible... haya o no bajistas. En un desesperado intento por contener la deriva de los mercados, varios países europeos han prohibido las ventas a corto del sector financiero durante al menos quince días. El mecanismo de estas apuestas consiste en que un inversor toma prestado unos títulos para enajenarlos sobre el parqué y comprarlos más tarde cuando hayan bajado. Al devolverlos, se gana la diferencia. Semejante procedimiento suele propiciar unas correcciones más veloces en los precios de las acciones y se considera una herramienta legítima del trading. De hecho, en muchas ocasiones proveen cobertura para una operación y por tanto generan más liquidez alrededor de esos mercados. Sin embargo, en ocasiones como las vividas en estos días, pueden alimentar muy rápidamente una espiral negativa y, al final, contribuir a un pánico. Por eso, en Estados Unidos existe una regulación bastante razonable que limita su uso cuando la acción ha caído un 10 por ciento. Y algo así debería adoptarse en Europa. La restricción resultó bien acogida con alzas en las bolsas. Sin embargo, aunque éste sea un respiro necesario en estos momentos de excepcionalidad, no debemos olvidar que las causas de fondo de la enfermedad siguen ahí. Así sucedió en 2008, entonces las autoridades estadounidenses vetaron estas ventas a corto, consiguiendo un breve receso durante las caídas. Pero no pudieron evitar que la tendencia de fondo se impusiese. Al igual que las compras de deuda por parte del BCE, los límites a las posiciones bajistas no constituyen una panacea. Ayer mismo Francia confirmó que su economía creció un cero por ciento en el segundo trimestre, muy lejos del 2 por ciento necesario para que logre una reducción del déficit público. Los inversores están tratando a las entidades financieras, consideradas muy expuestas a los soberanos y sus economías, como reflejos de sus Estados. Pese a que la banca ha reforzado su liquidez y ha reducido su exposición al riesgo, sus acciones han llegado a cotizar a la mitad de su valor en libros. Tales estimaciones van más allá de las constricciones que puedan sufrir en la reconversión de sus cuentas como resultado de un crecimiento menor, una reducción del endeudamiento, una regulación más severa y pérdidas en el inmobiliario y en los bonos soberanos. Más bien parecen contemplar un futuro desmantelamiento del euro. Parafraseando a Churchill, si Estados Unidos lo prueba todo antes de arribar la solución correcta, Europa ve cuál es la iniciativa correcta, la vende a bombo y platillo, pero en la letra pequeña fruto de las discusiones soberanas lo adultera todo. Sin embargo, la ya evidente ralentización de la economía global ha puesto de manifiesto en cuestión de días que Europa precisa mucho más para salvar su unión monetaria. Sus niveles de crecimiento serán del todo punto insuficientes para mantener el sistema del bienestar tal y como lo conocemos. Han de encontrar formas de encauzar sus cuentas públicas a corto plazo. Y eso ha despertado la necesidad entre los mandatarios de tirar de todos los instrumentos a su alcance. Lo que va a incluir otra ronda de impuestos. Italia, Portugal y Francia ya barajan nuevas tributaciones que apuntalen los ajustes. Y en España tendremos que hacer lo mismo. Parece que los líderes europeos empiezan a ser conscientes de que no les queda alternativa. Durante demasiado tiempo en esta crisis, nos han recordado a Al Pacino en la película Esencia de mujer, donde ofrece un discurso memorable: "Yo he llegado a muchas encrucijadas en mi vida. Siempre he sabido cuál era el camino correcto. Sin excepción, lo he sabido. Pero nunca lo he tomado. ¿Por qué? Porque era jodidamente duro!". Ahora, el mercado sólo les está dejando un camino posible... haya o no bajistas. En un desesperado intento por contener la deriva de los mercados, varios países europeos han prohibido las ventas a corto del sector financiero durante al menos quince días. El mecanismo de estas apuestas consiste en que un inversor toma prestado unos títulos para enajenarlos sobre el parqué y comprarlos más tarde cuando hayan bajado. Al devolverlos, se gana la diferencia. Semejante procedimiento suele propiciar unas correcciones más veloces en los precios de las acciones y se considera una herramienta legítima del trading. De hecho, en muchas ocasiones proveen cobertura para una operación y por tanto generan más liquidez alrededor de esos mercados. Sin embargo, en ocasiones como las vividas en estos días, pueden alimentar muy rápidamente una espiral negativa y, al final, contribuir a un pánico. Por eso, en Estados Unidos existe una regulación bastante razonable que limita su uso cuando la acción ha caído un 10 por ciento. Y algo así debería adoptarse en Europa. La restricción resultó bien acogida con alzas en las bolsas. Sin embargo, aunque éste sea un respiro necesario en estos momentos de excepcionalidad, no debemos olvidar que las causas de fondo de la enfermedad siguen ahí. Así sucedió en 2008, entonces las autoridades estadounidenses vetaron estas ventas a corto, consiguiendo un breve receso durante las caídas. Pero no pudieron evitar que la tendencia de fondo se impusiese. Al igual que las compras de deuda por parte del BCE, los límites a las posiciones bajistas no constituyen una panacea. Ayer mismo Francia confirmó que su economía creció un cero por ciento en el segundo trimestre, muy lejos del dos por ciento necesario para que logre una reducción del déficit público. Consideradas muy expuestas a los soberanos y sus economías, los inversores están tratando a las entidades financieras como reflejos de sus Estados. Pese a que la banca ha reforzado su liquidez y ha reducido su exposición al riesgo, sus acciones han llegado a cotizar a la mitad de su valor en libros. Tales estimaciones van más allá de las constricciones que puedan sufrir en la reconversión de sus cuentas como resultado de un crecimiento menor, una reducción del endeudamiento, una regulación más severa y pérdidas en el inmobiliario y en los bonos soberanos. Más bien parecen contemplar un futuro desmantelamiento del euro. La ya evidente ralentización de la economía global ha puesto de manifiesto en cuestión de días que Europa precisa hacer mucho más para salvar su unión monetaria. Sus niveles de crecimiento serán del todo punto insuficientes para mantener el sistemas del bienestar tal y como lo conocemos. Y hay que encontrar formas de encauzar sus cuentas públicas a corto plazo. Eso ha despertado la necesidad entre los mandatarios de tirar de todos los instrumentos a su alcance. Lo que va a incluir una nueva ronda de mayores impuestos. Italia, Portugal y Francia ya barajan nuevas tributaciones que apuntalen los ajustes. Y en España tendremos que hacer lo mismo. Hasta el momento, los líderes europeos siempre han marchado muy por detrás de los acontencimientos. Si parafraseando a Churchill Estados Unidos lo prueba todo antes de arribar la solución correcta, Europa ve cuál es la iniciativa correcta, la vende a bombo y platillo, pero en la letra pequeña fruto de las discusiones soberanas lo adultera todo. En la película Esencia de mujer, Al Pacino tiene un discurso memorable: "Yo he llegado a muchas encrucijadas en mi vida. Siempre he sabido cuál era el camino correcto. Sin excepción, lo he sabido. Pero nunca lo he tomado. ¿Por qué?. Porque era jodidamente duro!". El mercado sólo le está dejando un camino posible a la Unión Europea.