La reciente crisis en los mercados financieros continúa sacudiendo los cimientos que soportan el sistema económico elucubrado al término de la Segunda Guerra Mundial. Basado en las ideas de Keynes, las instituciones de Bretton Woods -El FMI y el Banco Mundial- se ensamblaron para arrancar una economía que se abría paso entre las ruinas. Entonces, había que diseñar un prototipo prácticamente con los desechos. Ahora la cuestión es bien diferente. Se trata de evitar que el vehículo con el que la economía global circula se gripe, tras cinco años de un crecimiento veloz. Ayer, los principales bancos centrales del mundo -la Reserva Federal, El Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra, el Banco de Canadá y el Banco de Suiza- se comprometían a coordinarse para proveer la asistencia en carretera necesaria. La oleada de problemas originados en la crisis de la hipotecas de alto riesgo se ha reflejado en el contador del aceite que lubrica el sistema: la liquidez monetaria, que ahora marca mínimos. Con dudas respecto al motor principal, las entidades financieras quieren pasar su ITV particular frente a las auditorías con las mejores cuentas posibles, transmitiendo una imagen de solidez ahora que la confianza escasea. Por eso, se muestran tacaños a la hora de prestarse dinero los unos a los otros, lo que empeora todavía más la situación. Los bancos centrales han anunciado que inyectarán los fondos para que el motor carbure. Este grado de cooperación sin precedentes es positivo. Sin embargo, si suplantan al mercado, las autoridades supervisoras deben calcular muy bien hasta qué punto protegen a las compañías financieras. De lo contrario podrían fomentar las conductas temerarias en la carretera.