Suerte que los chinos son muchas cosas buenas y malas pero no tontos. Cualquier día de estos llegará a China el ínclito Carod Rovira y no es ya que duden entre llamarle José Luís o Josep Lluís, es que le van a llamar tonto de baba directamente. Porque aterrizará en Pekín, quizás acompañado de ese otro fenómeno de la naturaleza llamado Moratinos, y querrá de algún modo embarcar a los chinos en su pretendida reconversión -con dinero de todos- de los casals catalans en mini-embajadas catalanistas. Y los chinos, que jamás pierden de vista a Tíbet y Taiwán en sus calculadas maniobras políticas, es imposible que se presten a ese juego de legitimaciones. Así que no lo duden: le darán a Carod con el hecho diferencial en medio de la calva. Hasta ese momento, Cataluña y otras CCAA pueden seguir haciendo el ridículo en China y otros países a propósito de su despliegue de oficinas comerciales. En China, que conocen a España de milagro gracias al Real Madrid, el Barcelona y los toros, nos dedicamos a retratarnos a nosotros mismos. Este año, con suerte quizás lleguemos a exportar unos 2.000 millones de euros al gigante asiático. Irresistible, qué duda cabe. Eso sí, cuantas más oficinas autonómicas tengamos para seguir mareando la perdiz y confundir al personal, mejor. Y para que cada uno haga la guerra por su cuenta, diluyamos esfuerzos y dupliquemos gastos. En verdad, no sirven absolutamente para nada, excepto para agitar canijamente el hecho diferencial. Algo parecido ocurre con ese incesante desfile de delegaciones autonómicas, que no se sabe bien a qué diablos vienen. Pero, entre la fiebre por ese país y el Año de España en China nos tienen fritos. Sobre todo a los líderes chinos, porque no saben ya cómo sacárselos de encima, a los muy pesados; pero también a los periodistas españoles, como piezas del engranaje para vender humo en los medios patrios. En 2008, con los Juegos Olímpicos, la cosa será para cortarse las venas. ¿Cuándo los echaremos a todos a gorrazos?