Hace unos días se publicó en Valencia uno de los más importantes -y más alarmantes- documentos de este año. El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) -ganador, junto al antiguo vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore, del Premio Nobel de la Paz de este año- completó la fase final de su última evaluación científica en torno al calentamiento global. Esta notable obra, que la reunión de Valencia resumió en un documento de 23 páginas dirigido a los responsables de elaborar políticas, se ha confeccionado a lo largo de seis años y en ella han participado aproximadamente 2.500 destacados climatólogos y otros expertos de todo el mundo. Su lectura resulta inquietante pero esencial con vistas a la crucial conferencia sobre el cambio climático que se celebrará el próximo mes en Bali. Nuestro planeta se ha calentado un promedio de 0,75°C en los últimos 100 años y, según las previsiones del IPCC, todo apunta a que la temperatura subirá hasta 4ºC en lo que resta de siglo -hasta 6,4ºC en el peor de los escenarios- si seguimos emitiendo gases de efecto invernadero al ritmo actual. El cambio climático ya está repercutiendo claramente en nuestro planeta. Quizá el efecto más relevante para la Península Ibérica es la creciente frecuencia de las sequías en el sur de Europa. Pero si permitimos que las temperaturas se eleven hasta el nivel que reflejan las proyecciones del IPCC, los efectos serán mucho más devastadores a escala mundial. La concesión del Premio Nobel de la Paz no sólo es un reconocimiento de la enorme aportación que tanto el IPCC como Al Gore están realizando, a través de su trabajo, para mejorar el conocimiento y la concienciación pública sobre el cambio climático. Es también un oportuno recordatorio del potencial del calentamiento global para poner en peligro la paz y la seguridad, como factor desencadenante de conflictos en torno a recursos esenciales cada vez más escasos o de movimientos migratorios masivos de personas desplazadas. El cambio climático es una amenaza de naturaleza tanto económica como humana y medioambiental. El fundamental Informe Stern, publicado el año pasado, advirtió que, a largo plazo, podría restar un 20 por ciento o más al Producto Interior Bruto (PIB) mundial cada año, un impacto semejante al que tuvo la Gran Depresión. No podemos permitir que estas previsiones se hagan realidad. Para la Unión Europea, es imprescindible que la comunidad internacional trabaje conjuntamente para limitar el calentamiento global de manera que la temperatura no suba más de 2ºC respecto al nivel que tuvo en tiempos preindustriales. Este es un elemento crucial para evitar que el cambio climático alcance niveles peligrosos que podrían alterar el planeta de forma irreversible y posiblemente catastrófica. Para mantenerse dentro de este límite, será necesario recortar las emisiones globales al menos un 50 por ciento respecto a los niveles de 1990 antes del año 2050. Lo positivo es que, según el Cuarto Informe de Evaluación del IPCC, lograr este objetivo es posible desde el punto de vista tanto tecnológico como económico. Y el recorte global del PIB que ello supondría no superaría el 0,12 por ciento anual. Pero el coste -y el riesgo de fracaso- aumentará a medida que se retrasen las acciones necesarias, de manera que debemos actuar con rapidez. Es cuestión de voluntad política. La conferencia de Bali debe prestar atención a las convincentes pruebas científicas y servir para iniciar negociaciones que permitan a la ONU desarrollar un sistema global para el periodo posterior a 2012, año en el que vencen los objetivos del Protocolo de Kyoto. Estas negociaciones deberán culminarse antes de que finalice 2009 para que haya tiempo de ratificar los resultados antes del año 2012. La visión compartida que debe guiar las negociaciones es el límite establecido de 2ºC. La equilibrada estrategia desarrollada por la UE en materia de clima y energía en el último año nos sitúa en la vanguardia de la creación de una economía global con un bajo nivel de emisiones de carbono en el futuro. Como primer paso, estamos dispuestos a recortar nuestras emisiones hasta el 30 por ciento respecto al nivel de 1990 antes de 2020, si otros países desarrollados aceptan realizar un esfuerzo similar. A la espera de un acuerdo en este sentido, ya nos hemos comprometido a una reducción de al menos el 20 por ciento. Lograremos este objetivo mejorando nuestra eficiencia energética en un 20 por ciento, triplicando la parte correspondiente a las energías renovables hasta el 20 por ciento y situando en el 10 por ciento el porcentaje correspondiente a los biocombustibles sostenibles de segunda generación en la producción de gasolina y gasóleo, entre otras medidas. A principios de 2008, la Comisión presentará propuestas legislativas sobre la forma en que los Estados Miembros pueden compartir los objetivos de recorte de emisiones y aumento de las energías renovables. También propondremos medidas para fortalecer y ampliar el pionero Sistema de Comercio de Emisiones de la UE y promover el uso medioambientalmente seguro de nuevas tecnologías para capturar y almacenar subterráneamente el dióxido de carbono emitido por las empresas generadoras de energía y la industria. Estas medidas harán posible la mayoría de las reducciones de emisiones en el periodo posterior a 2012. Por supuesto, la EU debe cumplir primero los compromisos adquiridos en virtud del Protocolo de Kyoto para el periodo 2008-2012, consistentes en recortar colectivamente las emisiones de los 15 estados miembros pertenecientes a la UE con anterioridad a 2004 hasta situarlas un 8 por ciento por debajo del nivel de 1990. Los últimos datos sobre emisiones y las proyecciones futuras muestran que EU-15 puede, como grupo, satisfacer cómodamente este objetivo si se adoptan e implementan rápidamente las medidas adicionales actualmente objeto de debate a nivel comunitario y nacional. Esto es especialmente importante en España a la vista de que sus emisiones han aumentado un 53 por ciento desde 1990, triplicando con creces el incremento del 15 por ciento al que se había comprometido. El Plan de Medidas Urgentes contra el Cambio Climático implementado este año podría ser una de las últimas oportunidades de España para garantizar el cumplimiento de sus compromisos de Kyoto. Es imprescindible moverse con rapidez. Mirando más allá de 2012, el movimiento hacia un futuro con un bajo nivel de carbono basado en recortes mucho más profundos de las emisiones constituye un enorme reto. Pero también representa una enorme oportunidad para lograr una innovación que pueda estimular el crecimiento económico y el empleo en Europa. Las empresas españolas y del resto de Europa deben aprovechar esta oportunidad al máximo.