Me encanta mi portal. Sobre todo estos días en los que Italia, ese gran país venido a menos que entre otras muchas cosas exportó legiones de emigrantes y la mafia a Estados Unidos, se ha entregado al delirio populista de la xenofobia y está en plena fiebre de expulsión de delincuentes rumanos. No es que yo defienda que a la mala gente haya que conservarla entre algodones. Pero un Ejecutivo supuestamente progresista y de centro izquierda, a la cabeza de un Estado occidental de solera que consideramos rico y educado, debe tener más tacto y evitar desatar entre su opinión pública amalgamas explosivas del tipo inmigrante de país pobre, igual a peligro público.Como les decía, en estos tiempos revueltos en los que los españoles también perdemos la paciencia y olvidamos que hace apenas medio siglo los muertos de hambre escasamente cualificados que buscaban pan fuera de sus fronteras oprimentes éramos nosotros, me hace feliz que mi hija crezca en mi portal mestizo de un barrio de Bruselas. Entre los doce vecinos hay dos familias asturianas fruto de la emigración y del exilio, cuyos integrantes han nacido y crecido en Bélgica. Yo soy el tercer español, el único del vecindario nacido y educado en la piel de toro, y ahora he formado una familia mixta hispano-francesa. Y no es la acumulación de ibéricos en tierra extranjera lo que me hace sentir bien. Sino que estemos tan rícamente mezclados con dos familias de origen marroquí, y otras siete belgas.Otra razón por la que me encanta Bélgica pese a su tiempo gris, es porque hace ya 153 días que se celebraron las elecciones generales y aunque los partidos políticos no hayan logrado en cinco meses de crisis y vacío de poder ponerse de acuerdo para formar un nuevo Gobierno, y pese a que las tensiones separatistas están a la orden del día, los belgas son lo suficientemente maduros y civilizados como para que ni el país se paralice ni la crispación degenere en insultos o en gente partiéndose la cara en la calle. No hablemos ya del terrorismo y los asesinatos.