x Premio Nobel de Economía y profesor de Economía de la Stern School of Business, Universidad de Nueva York. xInvestigadora de la Stern School. © Project Syndicate, 2011.D esde el final de la II Guerra Mundial ha crecido la apertura comercial y financiera de la economía global, gracias a instituciones como el Fondo Monetario Internacional y a rondas sucesivas de liberalización que empezaron en 1947 con el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). Al mismo tiempo, el colonialismo se derrumbó y ahora estamos a la mitad de un proceso de modernización que durará un siglo para muchos de los países en desarrollo que surgieron. Pero, ¿adónde ha conducido ese proceso, adónde nos lleva ahora y, tal vez lo más importante, cómo podemos influir en su curso? Cuando mermaron las barreras formales a los flujos comerciales y de capital, se combinaron varias tendencias para acelerar el crecimiento y el cambio estructural en las economías postcoloniales y otras en desarrollo. Entre ellas, los avances tecnológicos (particularmente en el transporte y las comunicaciones), las innovaciones en la gestión de las empresas multinacionales y la integración de las cadenas productivas de estas empresas. Así pues, en los primeros años de la posguerra, los países en desarrollo, cuyas exportaciones habían consistido principalmente en recursos naturales y productos agrícolas, ampliaron sus operaciones a las manufacturas intensivas en mano de obra. Primero llegaron los textiles y el vestido y después, las maletas, las vajillas, los juguetes, etc. Las cadenas de suministro también se dispersaron geográficamente y los componentes y procesos de menor valor añadido se asignaron a los países de bajos ingresos. Por ejemplo, en el caso de los productos electrónicos de consumo, los países de bajos ingresos se convirtieron en el lugar natural para los procesos de ensamblado intensivos en mano de obra. Sin embargo, los semiconductores, las tarjetas de circuitos y otros componentes se diseñaban y fabricaban en países de ingresos medios como Corea. Si bien la mejor descripción de la estructura cambiante de la economía global es como un viaje que se emprende una sola vez, el crecimiento en los países en desarrollo muestra ciertos patrones que se repiten. Hay fuerzas económicas poderosas que impulsan la evolución estructural y la diversificación económica, que sustentan el crecimiento y producen transiciones que tienen elementos comunes. Por ejemplo, después de más de 30 años de crecimiento acelerado, China está entrando en una transición hacia los ingresos medios. Con el tiempo, los componentes intensivos en mano de obra de las cadenas de valor añadido se alejarán de las zonas de ingresos más altos de China. Con la ayuda de enormes inversiones públicas en infraestructura, y capacidades logísticas, parte de esa labor se desplazará al interior, donde los ingresos son menores. No obstante, a la larga, las actividades intensivas en mano de obra se irán a países que estén en etapas menos avanzadas de desarrollo, mientras que el gigante asiático asciende en la cadena de valor en el sector de las exportaciones y, con ingresos crecientes, también en la producción para el consumo interno. No obstante, a veces se considera que esta transición a los ingresos medios resulta una trampa. En efecto, el crecimiento de la mayoría de los países que entra en esta etapa se desacelera o incluso se detiene. De los 13 casos de crecimiento acelerado sostenido de la posguerra (que pronto serán 15 con la India y Vietnam), sólo cinco -Japón, Corea, Taiwán, Hong Kong, y Singapur- han mantenido tasas elevadas de crecimiento durante la transición a los ingresos medios y han avanzado hasta llegar a los niveles de ingresos de los países avanzados de 20.000 dólares per cápita o más. Todos estos cambios estructurales son parte de un paisaje económico global que cambia constantemente y cuyo patrón agregado no es perfectamente previsible, en parte porque los países se integran en la economía global y empiezan a participar en ella en momentos distintos y por tanto crecen a tasas diferentes. Las primeras economías con crecimiento acelerado -Japón, Corea del Sur y Taiwán- exportaron inicialmente productos intensivos en mano de obra y, luego, pasaron a productos más intensivos en capital, como los automóviles, y posteriormente a actividades intensivas en capital humano, como el diseño y desarrollo de tecnología. A medida que subieron los salarios, las viejas actividades intensivas en mano de obra se desplazaron hacia países que se integraron más tarde en la economía global. China aceleró hasta llegar a un patrón de crecimiento elevado a finales de los años 70 y principios de los 80 debido a los beneficios que le daba su mano de obra barata y a un cambio fundamental de su política económica. Sin embargo, nadie previó el cambio abrupto de ese país desde una economía cerrada, centralmente planificada, a una más abierta, orientada al mercado, con una mayor libertad económica para las personas y las empresas por igual. A medida que las economías de mercado emergentes pasan a los componentes de mayor valor agregado en las cadenas de suministro mundial, su capital físico, humano e institucional se fortalece. Ello hace que sus estructuras se acerquen a las de los países avanzados e introduce una mayor competencia en la que alguna vez fuera el área exclusiva de las economías avanzadas: los bienes y servicios de valor añadido más sofisticados. En este punto, los países llegan a una encrucijada. El tamaño añadido de los países en desarrollo (en especial, de las principales economías emergentes), sus ingresos crecientes y su continuo movimiento ascendente en la cadena de valor están teniendo un impacto cada vez mayor en las economías avanzadas, en particular en sus sectores exportables. ¿Cuál es el impacto en un país avanzado de gran tamaño como Estados Unidos? Aproximadamente el 98 por ciento de los 27,3 millones de nuevos empleos netos creados en ese país desde los años 90 han sido en el sector no exportable. Principalmente en la Administración, los servicios de salud, el comercio minorista, las atenciones sociales y los bienes raíces. Dadas las limitaciones de largo plazo en el gasto fiscal y el de los hogares a raíz de la crisis financiera y las presiones que empujan a la baja los precios de los activos, la sostenibilidad de un patrón de empleo como ése es cuestionable. En efecto, la insuficiente demanda interna posterior a la crisis está causando un desempleo persistentemente alto, incluso cuando la economía recupera algo de su impulso de crecimiento. En principio, la demanda externa, en especial la de los mercados emergentes de alto crecimiento, podría compensar parte de la diferencia. Sin embargo, eso no ha sucedido. Al menos, no por el momento. Aunque el déficit comercial de Estados Unidos disminuyó de 702.000 millones de dólares en 2007 a 375.000 millones en 2009, el ajuste se debió por completo a la caída drástica de las importaciones, de 2,35 billones de dólares a 1,95 billones, mientras que las exportaciones en realidad disminuyeron ligeramente, de 1,65 billones de dólares a 1,57 billones. El crecimiento de las exportaciones podría proceder de una mayor expansión en las partes de las cadenas de valor añadido en las que la economía estadounidense ya es competitiva (las finanzas, los seguros y el diseño de sistemas de computación, por ejemplo). Pero el alcance mismo del sector de las exportaciones tendrá que ampliarse a fin de generar empleo suficiente y reducir el déficit externo. Para ello, será necesario restablecer y crear competitividad en un conjunto ampliado de componentes de valor agregado del sector exportable. Sería estupendo que hubiera una forma fácil y razonablemente segura de lograrlo, pero no la hay, y el proteccionismo ciertamente no es la respuesta. Es un desafío complejo para cualquier país, que requiere un enfoque múltiple para aumentar la inversión en capital humano, la base tecnológica de la economía y la infraestructura.