En todos los ámbitos de la vida siempre hay alguien que hace el trabajo sucio y alguien que se aprovecha. Y la política no es menos. El ex vicepresidente Rodrigo Rato alababa tras llegar el Partido Popular al poder en 1996 la reforma laboral que llevó a cabo el Gobierno socialista en el duro año de 1994, embrión del fructífero diálogo social que caracterizó los años populares.Y es que tan importantes son los finos estilistas como los fontaneros. Los ocho años de crecimiento sostenido de la Administración Clinton tienen sus cimientos en la envidiable gestión económica de Reagan, que se encontró una economía estancanda y una inflación de dos dígitos. Las alabanzas que recibe Angela Merkel olvidan que fue el postrero espíritu reformista de Schroeder -enfrentándose a gran contestación interna- el que sentó las bases de una Alemania que aspira a ser de nuevo la locomotora de Europa. Sarkozy, cuyas últimas propuestas económicas salen al paso de años de desidia y poca, muy poca, grandeur, se perfila como el próximo tipo duro. Es fácil olvidar que España precisa tomar conciencia de déficit concretos cuando las cifras de crecimiento hablan de alzas del 4 por ciento. Pero las vacas flacas llegarán, y se lamentará no haber aprovechado el buen momento del ciclo para poner en la agenda problemas como la competitividad del sector exterior, el retraso tecnológico o, por qué no recordarlo, la necesidad de una nueva reforma del mercado laboral. Por ahora, sólo algarabía electoral: deducciones a los inquilinos al final de la legislatura cuando al principio de la misma lo que se estudiaba era eliminar las ayudas fiscales a la compra. Una medida ésta última muy impopular pero que iría en la línea correcta de establecer la mayor neutralidad entre las decisiones de inversión. En vez de eliminar la intervención y el subsidio, dos tazas. En verano -y sobre todo en verano preelectoral- encontrar fontaneros en el barrio es misión imposible. Lo triste es no haber tenido un manitas en casa los cuatro años anteriores.