La evolución de los mercados financieros durante las últimas jornadas ha sido, sobre todo, de una inestabilidad sorprendente para analistas, inversores y sobre todo para las instituciones financieras. Es cierto que la evolución bursátil siempre es difícil de predecir, pero las previsiones de la mayoría nunca iban demasiado desencaminadas... hasta ahora. La situación que se está viviendo en estas semanas es excepcional, sobre todo en estas últimas cinco sesiones. Y a juzgar por las reacciones y actuaciones de las principales entidades financieras, empezando por el Banco Central Europeo (BCE) y la Reserva Federal estadounidense (Fed), parece que quienes son responsables de las políticas monetarias de estas regiones no estén teniendo la suficiente cintura ni los suficientes reflejos para contrarrestar esta situación. La sensación que se desprende de los corros financieros es, en consecuencia, de total incertidumbre. Además, este sentimiento se refuerza al calor de los bandazos que están dando los índices de las principales plazas mundiales, que son capaces de escalar o de caer un significativo 3 por ciento con una facilidad pasmosa. Es uno de los efectos más palpables del miedo que está generando el mercado de las hipotecas basura en Estados Unidos -también conocidas como subprime, las que tienen un mayor riesgo de morosidad-, que ya ha saltado fronteras y se ha expandido como una plaga. Las medidas que están adoptando tanto el Banco Central Europeo como la Reserva Federal para controlar esta situación parecen contrapuestas. Si bien siguen inyectando dinero para atajar una previsible falta de liquidez, ninguno tiene entre sus planes recortar tipos a corto plazo. A día de hoy los están manteniendo, y se espera que, lejos de bajarlos, los suban más este año. Eso es al menos lo que parece, ya que no han dado ningún tipo de señal de que vayan a modificar su estrategia económica en un futuro próximo para readaptarla a la excepcional situación que se está atravesando. Y, en efecto, han reconocido la existencia de esta situación excepcional con medidas de históricas inyecciones de capital. El mensaje que están transmitiendo es confuso, ya que mantener alto el precio del dinero juega en contra de la liquidez. El resultado es que están saliendo en ayuda de los bancos, en tanto que los tipos siguen encareciendo los préstamos, lo que afecta directamente a cualquier consumidor que tenga, por ejemplo, una hipoteca. Pero más allá del debate sobre si estas medidas son o no adecuadas, resultan llamativas las políticas de comunicación de estas instituciones y la forma que tienen de enviar las señales a los mercados. Si tanto el BCE como la Fed están reconociendo que hay un problema imprevisto de liquidez, lo previsible sería modificar y adaptar la política monetaria. Es lo que esperan los analistas, pero no han recibido ninguna señal. Por eso no sorprende que se extienda la previsión de que la Fed realice una reunión extraordinaria para anunciar un giro e iniciar una estrategia de reducción de tipos, aunque quizás sea más un deseo que una previsión. La Fed no ha dicho nada al respecto, y los mercados permanecen, incrédulos, a la espera. Con el BCE sucede algo parecido. Las señales que ha dado hasta ahora apuntan a un alza de tipos, muy probablemente en la reunión de septiembre, y tampoco ha lanzado ningún mensaje que sugiera un cambio de estrategia. Ocurre lo mismo: los mercados permanecen a la espera de una señal que no llega. Esta cuestionable política de comunicación no juega en absoluto en favor de la confianza de los inversores, que es el ingrediente fundamental de los mercados, y el mejor antídoto contra la plaga del miedo. Por eso resultaría de ayuda una política de información más abierta y transparente, que deje menos lugar a las dudas y a la incertidumbre. Sólo así el mercado podrá anticiparse a situaciones perjudiciales, y probablemente salvarlas con mayor eficacia.