Hoy y mañana se celebra la Cumbre de la Unión Europea en Bruselas. Objetivo: llegar a un acuerdo o, al menos, avanzar en el camino que lleve a un consenso en torno a la nueva Constitución europea. Algo que parece factible se vuelve mucho más complicado cuando las negociaciones sobre uno de los puntos de mayor fricción, la del sistema de votación que se empleará en cada asunto (inmigración, política exterior...), están de momento en vía muerta. Lo cierto es que 22 de los 27 países apoyan en líneas generales el texto. Sin embargo se encuentra con una férrea oposición de Polonia, que al menos de momento no parece dispuesta a perder la cuota de poder. También están en contra el Reino Unido -que quiere eliminar la Carta de Derechos Fundamentales-, y Holanda, que piden más fuerza para que los parlamentos nacionales puedan torpedear decisiones de la Unión Europea. En esta situación, España llega a la Cumbre con una idea quizá demasiado abierta. Zapatero debe tener cuidado de no traicionar la voluntad que los españoles aprobaron es su día en referéndum, pero está dispuesto a hacer pequeñas concesiones en los avances que la constitución representa para sacar adelante el tratado. Los otros países tendrán que hacer también algunas concesiones si se pretende agilizar el sistema de decisiones y reforzar la Unión Europea. Ahora es cuestión de ver si los que rechazan el texto están dispuestos a modificar su posición y, sobre todo, hasta cuánto está dispuesto a ceder cada uno para que haya un acuerdo. En caso contrario, esta cumbre, que se prevé larga y complicada, no habrá unido más a los países del Viejo Continente, sino que los habrá distanciado más y al mundo le quedará más claro que en Europa, de Unión, más bien poco.