Desde hace algunos años, y sobre todo desde la ampliación de la Unión Europea, en España se fue haciendo cada vez más común una palabra que ni siquiera recoge el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua: deslocalización. Se trata de un fenómeno, de una enfermedad que padece la economía y cuyos principales síntomas son una sensible reducción del tejido empresarial e industrial. ¿Por qué se van las empresas? Por los manidos costes laborales, principalmente. Los de los países de la Europa del Este son mucho menores, algo con lo que España no debe aspirar a competir ya que supondría volver al pasado. Hace 40 años nosotros éramos los baratos de Europa. La economía española se ha desarrollado mucho desde entonces, y debe aspirar a competir con las principales economías europeas: Alemania, Francia, Italia y Reino Unido. Pero ahí radican las otras razones de la huida empresarial e industrial: competitividad, productividad. Los datos de productividad dejan en mal lugar a nuestra economía, que se bate el cobre más con Grecia o Portugal y se aleja de otros, como Francia o Alemania. Trabajamos 1.747 horas al año, algo por encima de la media de la UE pero muy por debajo de la media de los países de la Europa del Este de reciente incorporación a la Unión. Es decir, no podemos competir ni en eficiencia con las grandes economías europeas ni en costes con la Europa del Este; estamos en terreno de nadie, y eso favorece que se puedan dar más casos como el de Delphi en Cádiz. La salida que le queda a España es mejorar su productividad actuando sobre diversas áreas, como formación y fomento de I+D, dos de las asignaturas que tenemos pendientes.