La reforma laboral cumple hoy un año, y lo celebra con un fuerte aumento de los contratos indefinidos. En el último semestre de 2006 llegaron a incrementarse hasta un 65 por ciento sobre los que había en el mismo periodo de 2005 y, desde la entrada en vigor de la reforma el Gobierno ha financiado la conversión de 650.000 contratos eventuales a indefinidos. No estuvo mal, al menos mientras duró su medida estrella, una bonificación de 800 euros al año durante tres años que se daba a los empresarios por cada contrato eventual que hacían indefinido. Pero esta ayuda terminó el pasado 31 de diciembre, dejando al descubierto el ritmo real de la economía española: la creación de contratos indefinidos ha caído a un más realista 20 por ciento en el primer trimestre del año. Fue por tanto un parche económico, un incentivo artificial que no ataja el problema de raíz y que queda muy lejos de las pretensiones del Gobierno de reducir la temporalidad al 25 por ciento en tres años. Ahora está en un 31,9 por ciento, casi siete puntos porcentuales por encima, y no parece que vaya a bajar mucho más. ¿Por qué un panorama pesimista? Hay dos problemas fundamentales que la cumpleañera reforma no afronta. En primer lugar está la formación. Hay dos millones de parados, y la mitad de ellos lo tiene difícil para emplearse, por falta de formación. Alemania reacciona dedicando 2.000 euros a formar a cada parado; España, sólo 500. En segundo lugar, la modernización de los servicios públicos de empleo se ha quedado en una mera mención sin efecto. ¿La prueba? Gestionan apenas un 13 por ciento de las ofertas laborales, un dato que evidencia la falta de conexión entre este sector público con el privado.