Julio Segura es un reputado académico y un hombre serio. Esas virtudes no bastan para evitar que no sea el hombre adecuado para presidir la CNMV en sus horas más bajas. Su ligazón con el clan sebastianesco y sus relaciones económicas con el inefable Arenillas, si es verdad que Intermoney gestiona sus ahorrillos, le privan de la independencia necesaria para restaurar la dañada credibilidad del organismo. La CNMV necesitaba una persona capaz de dar confianza a los inversores, con una imagen de imparcialidad absoluta y dispuesto a ordenar una institución quebrantada por el obsceno intervencionismo gubernamental. Con el acceso de Segura a la cúpula de la CNMV se cumple el viejo adagio de Lampedusa: "Es necesario que todo cambie para que todo siga igual". El acceso de Segura a la cúpula de la institución encargada de velar por la transparencia y el buen funcionamiento del mercado de valores es de una ironía propia de Wodehouse. Se ha situado en el corazón del capitalismo a una persona cuyas credenciales ideológicas y académicas le convierten en un anti-capitalista reputado. Segura nunca ha creído en la libertad económica, siempre ha contemplado la bolsa como un casino dominado por especuladores y, eso sí, ha dejado de ser un marxista irredento para convertirse en un intervencionista enragé. Si Conthe era un sectario biológico, Segura lo es por formación y por convicción. Pero los males no terminan ahí. En ningún país desarrollado dirige las cnmvs de turno una persona sin experiencia ni conocimiento de cómo funciona el mercado de valores. Por desgracia, Segura carece de esos dos atributos. Es un profesor de Microeconomía cuya comprensión del mundo financiero es, en el mejor de los casos, superficial y en el peor, inexistente. Llega a un mundo ignoto con un pedigree que, salvo prueba en contrario, le convertirá en un presidente de la CNMV irrelevante o peligroso si sigue sus instintos más profundos. Al final de la película, vamos a echar de menos a Conthe...