Hace 14 años se daba a luz a una criatura que generaba grandes esperanzas: el mercado único europeo. Ahora que alcanza su adolescencia, experimenta algunos problemas propios de la edad. Los políticos que debieran tutelar su progresión parecen obcecarse en inculcar al niño sus mismos vicios. Se esperaba que el mercado único europeo fuese un ejemplo de buenas prácticas y una regulación más eficiente. Sin embargo, la intervención de los gobiernos en favor de los intereses nacionales ha impedido que este proyecto sea una realidad. En el caso de España, hemos disfrutado de la apertura de las fronteras. Nuestras empresas se han lanzado a realizar compras en el exterior, con el beneplácito del Gobierno, la ayuda de importantes desgravaciones fiscales y la utilización de la deuda. Y de este esfuerzo de las compañías españolas ya podemos, a estas alturas, extraer conclusiones: sólo el mercado británico ha abierto sus puertas a este desembarco -véase BAA, Bank of Scotland, O2-. En la Europa continental, la mayoría de los gobiernos han levantado barreras cuando estimaban que perdían el control sobre un sector estratégico. Y el Ejecutivo español no ha sido menos. Los casos de proteccionismo se extienden por Europa a una velocidad de vértigo. Así, la política industrial europea de crear gigantes parece destinada al fracaso. Incluso cuando las empresas europeas compiten en el escenario internacional, las políticas nacionales se convierten en un freno. Y es que nos negamos la mayor: los países que respetan la libre competencia son los que obtienen más beneficios. Es el caso de Reino Unido o, también, Irlanda. Pero no, insistimos en que el niño, con 14 años, siga utilizando pañales.