El Congreso estadounidense estudia una nueva regulación que exige mayor transparencia para los sueldos de los directivos en las empresas que cotizan. Entre otras cosas, planea dar más derechos a los accionistas. Éstos podrán votar -está por ver si de manera vinculante o no- todos los pagos recibidos por los ejecutivos de su compañía; no sólo los sueldos sino también los incentivos y extras, que en los últimos años se han disparado. En la mayoría de los casos, las remuneraciones adicionales superan en mucho los sueldos. En este sentido, ciertos casos de abuso han contribuido a generar un clamor popular en contra de los gastos con los que se premia a los directivos. Incluso el presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, tuvo la semana pasada palabras para este asunto: "No se entiende por las gentes de nuestra democracia". Y su homólogo estadounidense, Ben Bernanke, fue aún más lejos: vinculó esta cuestión con la creciente desigualdad de ingresos en EEUU. Sin embargo, este debate pierde la idea de fondo. Es cierto que las empresas deben ser absolutamente transparentes a la hora de detallar los ingresos de sus directivos. Pero, al margen de ello, no debemos olvidar que las compañías se encuentran en un contexto altamente competitivo y, por tanto, obligadas a competir por ese talento individual que contribuya a engordar los beneficios. Y si bien los extras que se otorgan se han multiplicado, también lo han hecho las ganancias de las compañías. Una realidad que evidencia el acierto de retribuir a los equipos gestores en función del valor que aportan a sus empresas. Al final, el mercado justifica sus reglas. Los sueldos astronómicos son el resultado de beneficios todavía más astronómicos.