Las reacciones suscitadas por las declaraciones de Jesús Polanco en la Junta General de Accionistas del Grupo Prisa siguen concitando severas reacciones en ambos bandos. El jueves pasado, el presidente del mayor grupo de comunicación de España aseveró (en referencia al Partido Popular) que "hay quien quiere volver a la guerra civil", añadiendo que la manifestación convocada por los populares en la capital de España -tras la decisión del Ejecutivo en el caso De Juana Chaos- fue "franquismo puro y duro". Inmediatamente, el responsable de comunicación del PP, Gabriel Elorriaga, anunciaba el veto de su partido a los medios del Grupo Prisa. Sin entrar a valorar en profundidad el contenido de unas declaraciones claramente inapropiadas por su falta de respeto a afiliados, simpatizantes populares y, en general, asistentes a la concentración, o en si la respuesta de Génova ha sido, o no, oportuna, el incidente ha servido para dibujar con exactitud una radiografía del sector de la comunicación en España. El día a día de televisiones, radios y prensa escrita rezuma un peligroso servilismo político de unos medios que han apostado por practicar periodismo de trincheras al dictado de las directrices que ordenan desde las sedes de los partidos. La crispación política ha derivado en una renuncia autoinfringida a la imparcialidad, ya no sólo en la interpretación de la realidad, sino en la propia narración de los hechos que acontecen. Así, cualquier intento de mantener la independencia editorial es tildado de pusilánime por el mero hecho de no respaldar, categóricamente, uno de los dos discurso oficiales. Polanco se equivocó, pero es sólo uno más de tantos otros.