Las próximas elecciones autonómicas y municipales no es probable que sirvan como referencia de lo que ocurra en la gran batalla por la Moncloa. Eta es muy consciente de que se encuentra en un momento perfecto para iniciar el asalto final a su proyecto independentista y tiene milimétricamente diseñado un calendario que irá marcando los tiempo, de unos y de otros, y que alcanzará su máxima intensidad el próximo año. Aunque en el Psoe cada vez son más los que se dan cuenta de la gravedad de la situación, no hay disidencia oficial. En su intento por neutralizar al PP, Zapatero ha resquebrajado los pilares que sustentan al actual sistema. El presidente del Gobierno está decidido ha apostar todo su crédito en un perverso proceso de negociación -ya acumula tres muertos, la excarcelación de De Juana Chaos y el perdón fiscal a Otegi- que le obligará a seguir cediendo a los tiras y aflojas terroristas. Mientras, al otro lado del hemiciclo, los populares confían que el rechazo de la calle a las últimas decisiones del Ejecutivo les ayuden a obtener una victoria en las autonómicas y generales, sin contar que la banda terrorista nunca dejará que eso ocurra. Antes, se sacrifican unas cuantas pistolas. La irrupción del terrorismo islámico ha consumido parte del oxígeno que le quedaba a Eta para mantener su estrategia militar: la cruzada de Occidente contra el islamismo le deja poco margen para revertir el proceso y reiniciar una lucha armada de alta intensidad. Así, aunque de cara a las municipales es probable que se produzcan palmaditas en la espalda de los batasunos al proceso de Zapatero, será en marzo cuando muevan ficha de verdad. Ningún Estado fuerte cedería a un chantaje que está dinamitando su propia estructura, debilitándolo interna y externamente. Mientras Eta siga decidiendo, nuestra fortaleza institucional y el bienestar social y económico se irá desvaneciendo. Porque, además, de las incertidumbres políticas nacen las peores crisis económicas.