Dicen los economistas más avezados con gran carga de ironía que si sus previsiones no se corresponden con la realidad, es que la realidad se ha equivocado. Unos por pesimistas y otros por optimistas, el caso es que ninguno de los grandes analistas macroeconómicos españoles se atreve con una predicción sobre la economía española a largo plazo. Es muy fácil decir ahora que España va a ir bien este año y el que viene, que es increíble lo que ha bajado la inflación, el empleo sigue al alza, la inversión industrial avanza, los tipos subirán algo, pero no mucho, y el déficit exterior es menos de lo que se esperaba. Eso hasta los periodistas de economía lo sabemos, como también sabemos que ningún economista había vaticinado algo tan bueno. Nadie se ha parado a hacer los numéricos sobre los diferentes escenarios que pueden darse en la economía española dentro de un lustro, con especial incidencia en los peores, para estar preparados. Los buenos son fáciles de prever, pero de la misma manera que ha sorprendido la inflación al 2,4 por ciento y el 4 por ciento de crecimiento, puede ser lo contrario. ¿Quién asegura que los tipos del euro no van a llegar al 5 por ciento, para frenar el fuerte tirón alemán? ¿El paro baja, pero por qué no puede subir si la mano de obra inmigrante sobra, o no está preparada, como ya ocurre? ¿Por qué no va a volver al alza el petróleo?En la microeconomía, la clave para unas familias y empresas muy endeudadas está en saber si, en un escenario malo, los flujos de ingresos que son capaces de lograr pueden sufragar los enormes gastos financieros. Los buenos empresarios y las familias hipotecadas más despiertas ya habrán hecho numéricos para adelantarse a esa tesitura. A los malos o peor preparados, les pillará el toro. Y con muchos de esos dramas juntos, el toro puede pillarnos a todos. La bonanza económica es el mejor momento para aprender a torear los malos tiempos, aunque ahora parezca que nunca vayan a llegar.