Una gran experta en cuestiones de medioambiente y crecimiento económico aseguraba ayer, con mucha razón, que ése no debe ser nunca un tema de ideologías, sino de sentido común y visión a largo plazo, algo que, lamentablemente, escasea mucho más que el agua en el mundo. Detrás de toda la parafernalia de debates sobre el cambio climático, el calentamiento de la atmósfera, el deshielo del Kilimanjaro, la subida del nivel del mar y la llegada del desierto a media España, no hay, pues, más que una cuestión de sentido común: hacer que las exigencias de bienestar de las poblaciones sean compatibles con el desarrollo del medioambiente, sin penalizar por ello la actividad económica. Invertir en ecología, investigar para ello, hacer coches ecológicos o buscar medios para salvar los ríos, es también una forma de progresar, crecer y generar riqueza y empleo.Postular que para respetar el medio ambiente no se puede invertir en las zonas más desfavorecidas del país carece de fundamento. Un sherpa lleva 60 kilos a través del Everest, porque no hay un camino para coches. Hacerlo es permitir que ese sherpa, y sus descendientes, puedan vivir más allá de los 45 años a pesar del frío. Quienes se preocupan por las grandes quimeras mundiales y acusan al hombre de ser un lobo para el hombre, deben saber que es más difícil inculcar o imponer el respeto al medioambiente en las civilizaciones desarrolladas, que en las que no tienen tanto dinero. De nuevo, cuestión de sentido común.Lo que debe preocupar a la civilización avanzada, ahora que no hay fronteras en el mundo globalizado, son los efectos de crecimientos exacerbados, como el chino o el indio. Los expertos mundiales han advertido que ya no sólo se come arroz en China. Están desarrollando una ganadería, que necesita cereales para comer. Y eso lo buscan los chinos en sitios donde están peor que ellos, en África. Como la energía. Eso sí que es un ejemplo de desarrollo sostenible y cambio con impacto mundial que habrá que vigilar.