A finales de los años 80 nadie lo hubiera creído. Los últimos datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) indican que la tasa de desempleo se situó en 2006 en su nivel más bajo de los últimos 20 años, sólo el 8,3 por ciento de la población activa (cerca de 1.810.600 personas) está en paro. Una noticia que tiene sus sombras: el paro femenino y el de extranjeros se incrementó. Se trata de dos colectivos mayoritarios en sectores estratégicos para nuestra economía -la construcción y los servicios-, que soportan un alto grado de temporalidad. Y es que la gran amenaza, en el ámbito laboral, para nuestro patrón de crecimiento es la falta de cualificación profesional. Cada vez más, las empresas se ven obligadas a salir al exterior para buscar a sus trabajadores, utilizando la fórmula de las contrataciones en origen. De hecho, el número de puestos de trabajo ocupado por extranjeros creció en 410.600 (casi un 19 por ciento más). Pero, este esquema puede provocar desequilibrios futuros. Así, una eventual ralentización en estos sectores ocasionaría bolsas de paro con escasa cualificación profesional. El futuro pasa por adecuar la formación a las necesidades reales del mercado. Las nuevas generaciones deben disfrutar de una preparación más acorde con nuestra estructura económica. Además, esto tendría otro efecto colateral: una oferta de empleo, compuesta por personal adecuadamente formado, no sólo beneficia a la empresa, también contribuiría a atajar la temporalidad e impulsaría un régimen laboral más flexible. ¿Estaríamos frente a un boom de los profesionales independientes? Nos estamos acercando al pleno empleo, pero es importante vigilar cómo para que dure.