Contra los okupas, así a botepronto, no tengo nada. Supongo que habrá de todo: buena gente y también aprovechaos. Igual que entre los propietarios de viviendas deshabitadas cabrán sin duda especuladores sin escrúpulos, y pequeños ahorradores cargados de legitimidad que fuera del tradicional mercado del ladrillo -en la arquitectura financiera compleja y virtual- se sienten desamparados.Quienes de verdad me sacan de quicio son los políticos que todo lo amalgaman y no tienen otro recurso que la voracidad fiscal. La última ocurrencia de estos peligrosos especímenes es gravar con un nuevo impuesto los pisos vacíos para forzar su venta o alquiler y empujar a la baja los precios del mercado inmobiliario. Una manera como cualquier otra de escurrir el bulto, y decretar que todos los propietarios son culpables de un problema que nuestros poderes públicos son incapaces de resolver. Los dictadores, los jacobinos y los talibanes siempre tiran de la misma cortina de humo: buscar, detener, juzgar sumariamente y ejecutar en la plaza pública a la primera cabeza de turco que se ponga a tiro. Para potenciar el mercado del alquiler, lo primero es proteger la propiedad privada y no violarla vía impuestos.Bélgica, un país con una larga tradición de alquileres entre su población y entre los millares de obreros inmigrantes y de profesionales expatriados atraídos por las instituciones de la UE, la OTAN y la relevancia internacional del puerto de Amberes, hace caer todo el peso de la ley sobre el inquilino. Un desconchón al abandonar un apartamento alquilado se paga casi con lágrimas y sangre. Y eso que en este país los propietarios pueden dormir mucho más tranquilos que en España por el simple hecho de que el respeto de lo ajeno está mucho mejor inculcado en la educación ciudadana. Discúlpenme, pero vividos ya ocho años en Bruselas, sigo sin oír a nadie por aquí la ordinariez esa tan del sur de los Pirineos: "Donde pago, cago".