Son cada vez más numerosos los informes que alertan sobre las consecuencias de un cambio climático: el informe Stern en Gran Bretaña, el estudio Peseta de la UE o el documental de Al Gore en Estados Unidos son los últimos ejemplos. En ellos, los científicos advierten sobre un cambio drástico de temperaturas en el planeta y sus consecuencias para nuestro modelo de vida. También en España, el Ministerio de Medio Ambiente se ha ocupado de ello en un estudio que predice el futuro de nuestro país a finales del siglo XXI, de mantenerse el incremento térmico. Así, a las alteraciones ecológicas que el desfase climático ocasionaría, se suman otras con un impacto económico severo: mayores riesgos para la salud, fuertes cambios en el sector agrícola, industrial o turístico, entre otros. En cualquier caso, la polémica sobre el clima mundial acapara, cada vez más, el debate público internacional. La comunidad científica, unida en la creencia de la existencia de un calentamiento global, no consigue ponerse de acuerdo sobre si se está produciendo un cambio climático no cíclico y, de ser así, la incidencia que sobre ello está teniendo el hombre. El cuidado y la conservación de nuestro planeta debe presidir cualquier planificación o acción con implicaciones medioambientales. Y, en este sentido, el debate no es sólo saludable, también es necesario. Por eso, enarbolar postulados políticos amparados en la sensibilidad que provoca en los ciudadanos el cambio climático es tendencioso y erróneo. Cuando Al Gore, en su documental preelectoral acabó animando a los ciudadanos a votar a los políticos que defiendan la teoría del cambio climático, se equivocó. El respeto por el medio ambiente debe blindarse en un gran pacto global. Que, para rascar votos, ya hay otras cuestiones.