Fruto del fuerte gasto en el que se ha embarcado, Zapatero prepara una gran subida de impuestos. Ya ha suprimido la deducción por compra de vivienda y ha subido la fiscalidad para los hidrocarburos y el tabaco. Y habrá más. Además del alcohol, se contempla elevar el IRPF a las rentas altas, que en este país se sitúa en los 60.000 euros -cifra que representa, en la OCDE, la renta más baja a la que se aplica el tipo más alto, y que sólo incluye al 5 por ciento de los contribuyentes-. Esta política de aumentar la presión fiscal en medio de una crisis ha sido ya aplicada en diversos momentos, y siempre han arrojado resultados nulos o muy negativos. Durante la Gran Depresión hubo un incremento de los tributos que hizo más difícil la recuperación. En Japón en 1997, se subieron los impuestos al consumo, y la recaudación cayó. Lo mismo sucedió en 1993, cuando Pedro Solbes aumentó los impuestos especiales. La evidencia empírica parece demostrar que una subida de impuestos durante una recesión no incrementa los ingresos, sino más bien al contrario, porque sencillamente deprime aún más la actividad de empresas y familias. Tiene más sentido rebajar la carga impositiva. Los detractores del recorte afirman que ahora ese dinero tan sólo se convertiría en ahorro. Pero se equivocan. Si rebajasemos las cotizaciones a la Seguridad Social y el Impuesto de Sociedades haríamos más competitivas a nuestras empresas. Y en el caso de las familias, un gravamen menor implicaría el saneamiento de su deuda y más consumo en el futuro. Debemos recuperar la antigua ley del PP que obligaba a las Administraciones a ceñirse al equilibrio presupuestario, como se ha hecho en Alemania. O tendremos otra rebaja de rating después del verano.