El petróleo está en horas bajas. El recorte del consumo de energía en esta época del año, por tener unas temperaturas más calientes de lo habitual, ha frenado la demanda de crudo y ha permitido relajar su cotización en los mercados internacionales. Bajar de la cota de los 56 dólares por barril de petróleo Brent (mercado de Londres) es algo que no ocurría en los últimos doce meses y, lo que es más significativo, algo que no se esperaban ni los más optimistas. Al contrario, la carrera alcista que había mantenido en los últimos ejercicios hizo saltar todas las alarmas sobre precios y sobre abastecimiento. El precio del petróleo marca el devenir de muchas economías occidentales, demasiado dependientes de su funcionalidad como fuente de energía y como materia prima. El reflejo claro son las subidas de precios que acarrea cada vez que sube y, con ellas, las elevaciones de los tipos de interés. El oro negro nos da ahora un respiro para adaptar costes y estructuras a una inflación inesperadamente baja. Hasta que los países productores de la OPEP decidan recortar la oferta, para no perder demasiado precio, hay que aprovechar y sanear la financiación y los costes de familias y empresas. Una parte importante debiera verse en el precio de los carburantes, a los que se traslada la bajada del petróleo siempre con demasiada lentitud. El coste energético de algunas industrias puede moderarse y, lo que es más importante, el mensaje que los bancos centrales recogen es de un mayor control de las tensiones inflacionistas. El fantasma de la subida de tipos del euro está sobre la mesa y atemoriza a muchas economías domésticas. La relajación del precio del petróleo es, cuando menos, una buena noticia.