Una de las principales decisiones de la cumbre de Londres del G-20 ha sido la de reforzar la supervisión financiera de los bancos globales a través de una nueva autoridad financiera, denominada Consejo de Estabilidad Financiera. Este organismo surge de un foro que con carácter informal se reunía periódicamente en Basilea, formado por las autoridades financieras de los países anglosajones y de su ámbito de influencia. Ahora será expandido para incorporar a las autoridades financieras de todos los países del G-20, incluyendo también a España. La gran banca tiene un tamaño y una complejidad que escapa al control de las autoridades nacionales. Los principales grupos bancarios superan varias veces el PIB de los países en los que residen. Desarrollan negocios a gran escala que comprometen la estabilidad económica y financiera. La crisis ha puesto en evidencia las lagunas de la supervisión de los conglomerados financieros y sus graves consecuencias. En este sentido, la declaración de la cumbre de Londres, considera que los graves fallos en la regulación y supervisión financiera han sido la causa fundamental la crisis. Con el objetivo de superar estos fallos se decide la regulación de todas las entidades financieras que por su importancia puedan amenazar la estabilidad financiera, incluidos los hedge funds. Se parte de la premisa de que vivimos en una economía globalizada en la que los riesgos se propagan más allá de las fronteras y que cualquier fallo puede contagiarse y afectar al resto del sistema. Lo más novedoso es el acuerdo de creación de un supervisor global, encargado de vigilar el conjunto de las actividades financieras y con autoridad sobre distintas jurisdicciones. De este modo, se supera la tradicional separación entre banca, bolsa y seguro, para crear un organismo de supervisión cuyo control se extiende a cualquier ope- ración o servicio relacionado con la canalización del ahorro a la inversión, incluyendo la gestión de riesgos. El foco de la coordinación internacional gira de la moneda a las finanzas. Hasta ahora la coordinación se centraba en los aspectos monetarios. Tradicionalmente los bancos centrales mantienen una buena colaboración y están acostumbrados a tomar decisiones de forma conjunta. Y en situación de crisis dan a la máquina de crear dinero para facilitar la liquidez necesaria para la recuperación económica. Pero esta coordinación monetaria resulta insuficiente. Suaviza los síntomas de la crisis pero no ataca a la raíz del problema. Si queremos hacer frente al desgobierno de las finanzas internacionales protagonizado por la ingeniería financiera, resulta necesario crear una autoridad que tenga el poder y los medios para disciplinar a los grandes conglomerados financieros. En este contexto surge el Consejo de estabilidad financiera, como una autoridad global encargada de poner orden en las finanzas internacionales. Con la creación de este organismo se va mas allá de la coordinación alcanzada en política monetaria. La diversidad de divisas desaconsejan la creación un único banco central en el mundo, sin embargo, en relación con la supervisión financiera, la globalización de la economía financiera y de sus riesgos impone dar este paso. La complejidad de las estructuras y la variedad de los mercados en que opera la gran banca hacen muy difícil su control por los supervisores nacionales. Para disciplinar a estos bancos globales son necesarias autoridades globales. También en la Unión Europea se busca hacer frente a los riesgos que generan los grandes conglomerados financieros. Hay una propuesta de los técnicos, encabezada por Jacques de Larosière, ex director del Fondo Monetario Internacional, encaminada a crear un Consejo Europeo de Riesgo Sistémico, con funciones similares a las que a nivel global debe asumir el Consejo de Estabilidad Financiera. En este caso, la presidencia del nuevo organismo coincidirá con la del Banco Central Europeo, con lo que se corre el riesgo de confundir los aspectos financieros con los monetarios. Y surge el natural recelo de aquellos países que no han adoptado el euro como moneda nacional, al verse sometidos a una organismo de supervisión que comparte presidencia por la autoridad del euro. Hay quienes se oponen de forma radical la creación de un supervisor global de las finanzas, ya sea mundial o en el escalón europeo. Afirman que el sistema es incompleto porque carece de un prestamista de última instancia que financie la gestión de las crisis. Pero la falta de financiación no es razón suficiente para oponerse al supervisor global. Ya existe la coor- dinación necesaria entre los bancos centrales para proporcionar ayudas de liquidez. Faltaría formalizarlas mediante un protocolo de actuación. Pero de aprobarse dicho protocolo debería hacerse manteniendo cierto grado de discrecionalidad. La gestión de las crisis bancarias resulta difícil de formalizar en un protocolo. Es un arte. No hay dos crisis iguales. Para la gestión de la crisis no hay otra solución que confiar en la profesionalidad y la experiencia de los técnicos a los que corresponda la adopción de las decisiones. Otros se oponen a la creación de una autoridad global por razones comerciales. Así el Reino Unido se opone a ceder competencias de supervisión financiera a una autoridad europea. Alegan que restaría competitividad a Londres como plaza financiera. En el fondo, desconfían del proyecto europeo. Por fin, hay otra razón que explica la oposición radical de algunos gobernantes a la cesión a una agencia supranacional de la supervisión e intervención de los grandes bancos. Parecen no estar dispuestos a perder el poder que significa tener la llave de intervenir un banco sustituyendo al Consejo de Administración. La amenaza de la intervención sirve para alinear intereses. Y al que no atienda a razones siempre queda en la memoria el castigo que se aplica a los advenedizos. Recordemos la intervención de Banesto y la expropiación de Rumasa. En el último Ecofin al que asistió como ministro Pedro Solbes, mostró su oposición radical a un supervisor único en la Unión Europea. Esperemos que la nueva ministra de Economía y Hacienda, Elena Salgado, sepa reconocer la necesidad de un control global de la gran banca, aunque ello suponga perder poder político sobre dichas instituciones.