Parece que Internet y la televisión empujan a nuestros jóvenes a navegar de manera tan compulsiva que apenas desarrollan una efímera capacidad de concentración. No lo tuvieron en cuenta los añejos estadistas que en 2002 y 2003 redactaron la Constitución europea. Y castigaron a las nuevas y dispersas generaciones con un tocho de 500 páginas, indigesto hasta para los ratones de biblioteca. Desde que franceses y holandeses lo rechazaron en sendos referendos en 2004, políticos y analistas insisten en que la UE está en crisis y que sus élites no enganchan con el europeo de a pie.¿Cómo iba a ser de otra manera si a los ciudadanos del futuro les ofrecen soluciones decimonónicas? Las constituciones son construcciones del pasado, como la regulación y la burocracia que cortan el aliento a los emprendedores. Europa triunfará en el siglo XXI si toma la vía anglo-sajona de la autorregulación y de las constituciones no escritas: pura flexibilidad, pura cintura.Además, Europa no está en crisis. Lo están los egos de quienes pretendían pasar a los manuales de historia como padres de la Euroconstitución. Acabo de leer un artículo de un tipo tan listo como George Soros, que mantiene que "aunque sus ciudadanos no se den cuenta, la UE es fuente de inspiración […] Cuando Europa adopta una política común, logra convencer a los demás, Estados Unidos incluido". Por más que Bush se resista al protocolo de Kioto, Bruselas sigue firme (podría hacerlo mejor, pero también podría no hacerlo en absoluto) y lidera el debate mundial. Resultado: California y otros Estados coquetean con la capa de ozono y han elevado la pasividad de Washington al Tribunal Supremo.Sin excesos que sacrifiquen la economía más allá de lo necesario, Europa tiene en su defensa de Kioto un activo de oro para volver a comulgar con su opinión pública. Sobre todo con los junior, que son los que deberán lidiar con el desbocado cambio climático que se les viene encima.