Jugador de chica perdedor de mus, reza el primer mandamiento del buen musolari. Por eso, cuando José Luis Rodríguez Zapatero, recién desembarcado en el Palacio de La Moncloa, sacó como carta de presentación de la nueva política exterior de nuestro país los ases del populismo latinoamericano de debajo de la manga, los más avezados musolaris de la economía española se echaron a temblar. Los predecibles vientos de nacionalización y cambios que barren América Latina de Norte a Sur han terminado por dar la razón a las voces más pesimistas: los órdagos lanzados por Hugo Chávez -presidente de Venezuela- y Evo Morales -presidente de Bolivia- han pillado a Zapatero totalmente fuera de juego. Ni las promesas del Ejecutivo socialista de meterse en la partida que se jugará el próximo jueves en Viena ante la cumbre que celebrarán los países de Mercosur y la Unión Europea han aliviado en lo más mínimo la carga de Antonio Brufau. El primer ejecutivo de Repsol no las tiene todas consigo en este caliente mes de mayo en el que el Gobierno de Argentina -país que supone cerca del 50 por ciento del beneficio total de la empresa española- puede anunciar la nacionalización de parte del capital de YPF, su filial argentina. Frente a los órdagos lanzados por los dos morochos de rompe y rasga de Venezuela y Bolivia, a Brufau sólo le queda intentar amarrar como compañero de partida a un blanquito patagónico de origen europeo del que no hace mucho se desconfiaba en España. Un camaleónico Néstor Kirchner -enfrentado en el exterior a Uruguay desde hace semanas por el conflicto de las papeleras que planea construir la empresa ENCE a sólo seis kilómetros de la frontera argentina-, y en el interior por una oposición dispuesta a nacionalizar hasta la última gota del gas patrio, capaz de guiñar y alzar la ceja a la vez sin que se le note. Ahora falta que le apetezca jugar al mus con las cartas españolas.