Tiene ocho años, nació en Nigeria, se llama Owen y llegó a España acompañando a su madre con un billete de very low cost: en patera... o en cayuco. ¿Qué más da? ¡De puta pena! Temieron ser repatriados, pero su madre logró los papeles y ahora trabaja como una negra haciendo camas y limpiando habitaciones de hotel.Obligada a echar horas extras para llegar menos asfixiada a fin de mes, metió al crío en un internado donde sus compañeros le llamaban "negro de mierda", le pegaban y le amenazaban con más jarabe de palo si cada lunes no les entregaba dinero sisado en casa durante el fin de semana. Afortunadamente, la madre se dio cuenta de que algo no iba bien en la vida de su retoño y en cuanto lo confirmó, le cambió de cole. Y el azar, el destino, los ángeles de la guarda, alguna deidad afro con competencias en Europa, o su hada madrina convirtieron a una familia blanca, esto es, española de toda la vida, en una suerte de tíos y abuelos adoptivos que le miman y le ayudan a hacer los deberes mientas su madre duerme o revienta.Que la vida no es justa ya lo sabemos incluso los que tenemos la inmensa fortuna de haber nacido a este lado del Estrecho de Gibraltar en el último medio siglo. Pero a modo de compensación, Owen habla inglés con su madre y español fuera del hogar; al revés que los hijos de familias bien, que hablan inglés en centros bilingües y castellano en casa. El orden de los factores, ya se sabe, no altera el producto.Confiemos en que el mercado, que es egoísta pero no tiene un pelo de tonto, sepa apreciar dentro de unos años a un mozalbete curtido, vital, con ganas de comerse el mundo y bilingüe. Y esto es puro valor añadido en un país donde florecen los currículos vitae que alardean de puntos 'Toefl' y certificados 'First', pero en el que, como decían hace tres o cuatro décadas Fofo, Gabi y Miliki, ¿se acuerdan?, los entrañables payasos de la tele, a la hora de la verdad se nos "lengua la traba".