N unca hubo tanta liquidez en el área euro como antes de la epidemia del Covid-19. Ése era el mundo de ayer, porque ahora las demandas de créditos a la banca, y también de aplazamientos de impuestos, son constantes. No deberíamos permitir que el parón de la actividad económica se lleve por delante a empresas solventes, como ya ocurrió en la anterior crisis. En el caso de la moratoria de impuestos, que ayer aprobó el Gobierno, hay además un factor sanitario a tener en cuenta.Es cierto que el grado de informatización de la Agencia Tributaria es muy importante. Y de hecho, ésta es una pequeña ventaja comparativa a la que no deberíamos renunciar. Por esa razón, se ha podido iniciar la campaña de la renta, ya que casi todos los españoles declaran por Internet. Sin embargo, no nos engañemos, la información que se obtiene de las empresas, aunque se envíe online, a menudo se consigue de forma presencial. En consecuencia, preparar las declaraciones de pymes y autónomos es más complicado que las declaraciones del IRPF de personas físicas. Por esa razón, tiene todo el sentido que se amplíe un mes el plazo de presentación, hasta que la situación sanitaria se empiece a normalizar. Según los términos anunciados ayer, la ampliación aprobada por el Gobierno incluiría todas las declaraciones fiscales que debían presentar las empresas y autónomos que facturan hasta 600.000 euros anuales: unos 3,4 millones de contribuyentes.Una ampliación del plazo para presentar la declaración es una cuestión sanitaria, aunque tenga un efecto financiero. Por otra parte, un aplazamiento de pago es una cuestión fundamentalmente financiera. De hecho, en dos de los impuestos que deberían recaudarse este mes de abril, el IVA y las retenciones a cuenta del IRPF, estamos hablando de impuestos que ya deberían haber recaudado las empresas. Cuando usted va a un supermercado, paga el IVA de los productos que compra que recauda la empresa. Generalmente, las pymes, salvo las exportadoras y otras acogidas al Registro de devoluciones mensuales, ingresan este IVA de forma trimestral, entre el 1 y el 20 de abril. Algo similar sucede con las retenciones que practican las empresas a sus trabajadores a cuenta del IRPF. En consecuencia, la mayor parte del importe que se iba a recaudar el 20 de abril es dinero que las empresas tienen que ingresar en nombre y por cuenta de otros. Y, por cierto, casi la totalidad del dinero se ingresa el último día de plazo, como en todos los impuestos. De hecho, esto es lo habitual cuando se domicilia el importe. Por otra parte, las domiciliaciones que ya se hayan hecho pasan del 20 de abril al 20 de mayo. Y en cualquier caso, sobre estos importes se puede solicitar aplazamiento por seis meses, de concesión automática hasta 30.000 euros, y sin que haya intereses durante los tres primeros meses. Esto suponiendo que todo el mundo cumpliese con el aplazamiento de pago, ya tiene coste para el Estado. En estos momentos, tras la última subasta del Tesoro, España ya está pagando por endeudarse a seis meses y a un año, frente al interés negativo que obtenía el Tesoro a estos plazos antes de la epidemia del Covid-19.Pero, por encima de todo, las moratorias, suspensiones y los aplazamientos plantean un problema de solvencia: ¿se recaudarán los impuestos que se aplazan o no? Y esto, como hemos visto, no solo se refiere a impuestos sobre el beneficio de las empresas, es decir, impuesto de sociedades y pagos a cuenta del IRPF, sino también, y es con mucho el importe mayoritario, impuestos ya retenidos y repercutidos a trabajadores y consumidores. Pues no es fácil de saber. De hecho, el argumento fundamental en defensa de los bancos privados es que son profesionales en la concesión responsable del crédito. Es sorprendente que algunos estén a favor de que la Banca Privada sea la que conceda los créditos, intermediando en los préstamos ICO, estén en contra de la Banca Pública, y al mismo tiempo aboguen por la concesión indiscriminada de moratorias, suspensiones y aplazamientos de impuestos, sin tener en cuenta el riesgo de no conseguir recaudar luego los importes pendientes de pago.Incluso, aunque los funcionarios de recaudación concediesen los aplazamientos con el mismo criterio que la banca, estaríamos empleando unos recursos particularmente escasos, que necesitaremos para otras tareas, tanto de control fiscal como de asistencia al contribuyente. Claro que habrá que flexibilizar y dar más aplazamientos en esta crisis, pero conviene no perder completamente la perspectiva. Porque hay otras dos cuestiones que no deberíamos olvidar: en primer lugar, que un problema extrafiscal, un shock de oferta y demanda al mismo tiempo, provocado por una epidemia, no se resuelve solo mediante la vía de los impuestos. En segundo lugar, muchas pymes y autónomos demandarán toda la liquidez que puedan por precaución. Y esto nos puede complicar las cosas a todos si se intentase contentar a todo el mundo indiscriminadamente. Y si esto no le convence, piense en por qué se agotó el papel higiénico en los supermercados. Pero una cuestión es lo que se refiere a los aplazamientos y a las suspensiones, y otra cuestión son las rebajas de impuestos. Vamos a necesitar endeudarnos, porque la recaudación fiscal se va resentir y mucho, especialmente a muy corto plazo. Para que no se nos dispare el coste de financiación, no podemos recortar aún más los ingresos públicos. También hay que evitar que se produzca una carrera a la baja entre las CCAA, que disminuiría los ingresos de todas ellas. Y eso sin contar co-mo convencemos a los gobiernos de otros países que nos avalen, o que avalen eurobonos, para con ese dinero financiar rebajas fiscales a empresas que compiten con las suyas. Al igual que no se deben vender falsas esperanzas en una crisis sanitaria, tampoco debemos hacerlo en la posterior crisis económica que va a seguir.Tras esta catástrofe, en la que confiemos que ya ha pasado lo peor, habrá que reordenar prioridades: reducir gasto superfluo y duplicidades, o luchar más eficazmente contra el fraude fiscal, será más necesario y urgente que nunca. Pero esto se deberá a una obviedad: saldremos de ésta más pobres y no se puede aspirar a nada más que amortiguar la caída: no nos engañemos a nosotros mismos.Como siempre en estos días, concluyo estas líneas agradeciendo el trabajo de todos aquellos que mantienen nuestras vidas y luchan contra la muerte, y en recuerdo de los que ya no están con nosotros.